A ver. A ver, a ver, a ver.
En el momento en que se estrenó Dos tontos muy tontos, nadie conocía a los hermanos Farrelly. No por casualidad, era su primera película. Por tanto, nadie sabía que su estilo, al menos durante algunos años y varias películas más (y la mejor, sin duda, sigue siendo Algo pasa con Mary), era uno plagado de chistes groseros y de mal gusto, escatológicos y bastante bobos, muy deudores del slapstick de toda la vida, pero mucho menos elegantes.
Y sí, la película no es realmente buena, ni los hermanos de Providence son genios del cine, pero ¿de verdad no se ríen con las desventuras de los alelados protagonistas? ¿No les hace gracia siquiera el gag de la farola de hielo, uno de los más recordados (y reproducido, fíjense ustedes, tres años después en La boda de mi mejor amigo)? Porque, de puro burra y descerebrada que es la película, tiene momentos simpáticos, es entretenida y se deja ver muy bien, gracias también en buena parte a la química cómica entre Jeff Daniels y un Jim Carrey cuya popularidad como estrella cómica de los 90 estaba a punto de explotar.