Curiosísima la carrera de Steven Soderbergh.
Desde sus comienzos como nuevo ídolo indie con la recordada Sexo, mentiras y cintas de vídeo, se ha convertido en una suerte de todoterreno que igual te hace Magic Mike que Traffic, los dos biopics sobre el Che, Erin Brokovich al servicio de Julia Roberts, la trilogía Ocean's Eleven, El buen alemán, la excepcional Contagio (de rabiosa actualidad, por desgracia, en los tiempos que corren) o esta Efectos secundarios.
La buena noticia es que, pese a la irregularidad de resultados que consigue según el género y el estilo que decida tocar en cada caso, en la película que hoy nos ocupa sí existe suficiente interés y calidad como para recomendarla. De hecho, es uno de los thrillers más "hitchcockianos", en el buen sentido, que hemos visto en años. La trama es enrevesada, de esas que sólo se desgranan al final, en la que todos los personajes guardan secretos y no son lo que parecen, y su desarrollo resulta bastante entretenido. Además, la estética "gris" que imprime Soderbergh al relato, y esa fotografía tan fea, industrial y de ciudad, de colores apagados y oscuros, casa perfectamente con el tono de una historia llena de recovecos.
Entre los actores, cabe destacar sin duda a una Catherine Zeta-Jones que jamás había vuelto a estar tan bien desde Chicago (atención a su última escena, en la habitación de hotel) y a una Rooney Mara que es absolutamente perfecta para este tipo de roles de chica extraña, fuera de la sociedad y/o de desarmante timidez. Está fabulosa en su recreación de los demonios de Emily. ¿O no son demonios en realidad? ¿Cuál es la verdad de lo que está ocurriendo? Hay que ver la película para descubrirlo.
No es una obra maestra, desde luego, y podría haber sido unos minutos más corta y dinámica, pero cumple con su propósito y entretiene, que ya es mucho.

Lo mejor: El tono de la propuesta y las interpretaciones de Mara y Zeta-Jones.
Lo peor: En realidad nada grave. Simplemente no es de sobresaliente.