Debut en el largometraje de la realizadora belga Emmanuelle Nicot.
Y ha escogido un tema espinoso, como es el de los centros de acogidas de menores que han sufrido abuso sexual en su propia casa, con familiares.
La película no es redonda debido a alguna bajada de ritmo en su segunda mitad, pero todo rezuma verdad. Y esto se consigue rodando cámara al hombro, pero no de forma mareante sino con una puesta en escena dinámica, espontánea, sacando lo mejor de sus intérpretes y dolorosas y dramáticas situaciones.
La niña Zelda Samson está magnífica y ella lleva el peso de la historia, que es desgarradora, dura, triste pero a la vez esperanzadora.
Digna y honesta, rezuma dignidad y efectivad en el trazado, en el camino emprendido por los agentes sociales que luchan por salvar niños y niñas de un futuro oscuro, con el peligro de que vuelvan, de mayores, a repetir fórmulas vividas en el presente.
Lo cierto es que, sí, es algo irregular, pero convence e invita a la reflexión y el coloquio posterior.

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