Nazarín se encuadra en el último ciclo novelístico de Benito Pérez Galdós, en sus novelas más espirituales. En ellas explora temas como la fe, la redención, los dogmas, la bondad y la maldad, etc. Afortunadamente, si había que adaptar al Galdós más trascendental, hemos tenido suerte de que fuera Buñuel quien lo hiciera; en manos de otro, su mensaje no calaría tan hondo y seguramente el ritmo narrativo se hubiera resentido bastante.
Pero el maestro de Calanda supo encontrar los puntos fuertes de la novela y traducirlos en portentosas imágenes, en las que se respira cine, pero también pensamiento, filosofía y ética. Para mi gusto, la ambientación en México (ya sé que responde a las circunstancias de su autor) le da un cierto aire de localismo que desvía la atención, pero no le resta ni un ápice de valor al film. Además, con ese inmenso Paco Rabal, ¿quién tiene alguna pega?
La película de Buñuel ha envejecido un poco, pero su mensaje sigue pegando fuerte. Es la historia de un hombre que quiere ser bueno, pero que tal vez no sabe gestionar su bondad. O tal vez no ha aprendido que la bondad pura no puede sobrevivir en este mundo. Que la época de los mártires y santos ya pasó. Que nadie comprende ya a la gente que quiere ser buena.