Hay un género exclusivo del cine español: las películas sobre la Guerra Civil. Me gusta este género, pero ya ha sido tan explotado que resulta muy difícil, por no decir imposible, contar algo nuevo sobre el tema. Lo que suele pasar es que las vemos y nos agradan, pero les falta el último paso: conmocionarnos, estremecernos, removernos las tripas con el poder de una historia inolvidable.
Las 13 rosas es una buena película. Cuenta con buenas actuaciones, una buena dirección, un buen guión y una buena factura artística. Pero, al fin y al cabo, no va a poder evitar eso de "otra película sobre la guerra". Y mira que es mejor que otras muchas del género, pero va a tener que convivir con ese lastre. Tal vez sea su aspiración omniabarcadora, ciertas secuencias típicas (que por tópicas no dejan de ser sinceras) o su diluida trama, consecuencia de la multitud de personajes, cada uno con su drama, que se pasea por este nuevo fresco de la España cainita y fratricida de la guerra.
Sobre la época, Las 13 rosas no va a descubrir nada nuevo. Tampoco es ésa su pretensión. El film de Martínez-Lázaro centra su atención en destapar una nueva atrocidad de las muchas que cometió el franquismo: el fusilamiento de 13 chicas sin ninguna prueba consistente de lo que se les acusaba. Pero da la impresión de que la historia se les quedaba corta y necesitaban recurrir a otras subtramas para darle más cuerpo a la historia. Suele pasar.
A cambio, Las 13 rosas sabe encauzarse a sí misma y brindarnos una última media hora brillante. Tras hora y media de picoteo aquí y allá, abordando diversos frentes y desarrollando una trama más bien dispersa, la concisión se apodera del conjunto y nos coloca en primer plano el verdadero drama de la película. Ahí están sus mejores momentos.
Películas como Las 13 rosas siempre son necesarias. Estas 13 chicas -tal era su deseo- fueron protagonistas de una historia de integridad y valentía que es un auténtico alegato contra el olvido.