Suele costar, pero cuando uno encuentra un clásico que ha sobrevivido al tiempo y le emociona y le asombra, la recompensa sabe doble. Últimamente me siento con suerte a este respecto; hace muy poco pude ver Las uvas de la ira, de John Ford, y me topé con una película hermosísima y que incluso cobra nueva dimensión vista hoy día. Y ahora Sed de mal, un noir sublime. Esperemos que siga la racha.
Sed de mal, un thriller negrísimo con un trío protagonista para cortar el hipo (y una Marlene Dietrich fugaz pero inolvidable), se abre con un plano secuencia de los de escuela de cine, de los que aún se pueden seguir envidiando y tomando buena nota. Es simplemente espectacular. Después nos encontramos a un Charlton Heston que simboliza la ética y el afán de justicia, frente a un Orson Welles enorme (en todos los sentidos) que representa la corrupción y la turbiedad. El duelo es apasionante e incluso consigue que nos olvidemos del caso policial en que se encuentran inmersos los personajes. Todo queda en un segundo plano cuando estos dos monstruos aparecen en pantalla, sobre todo Welles.
Ante una película como Sed de mal, yo no puedo más que quitarme el sombrero. Es increíble lo poco que ha envejecido y la pasión e intriga que aún sigue desprendiendo. Una lección de cine indiscutible.