Tomando como referencia todos los clichés y la historia original del Conde Drácula, esta serie de 4 horas y 30 minutos ofrece al espectador un juego de intenciones. Una historia precoz, descosida, con más ideas enfrascadas que puntos firmes. El guión salva un tanto la historia descabellada que se arma desde el principio, un tanto trillada y abusada y luego, como para no faltarle el respeto a quien mira, introducen a la que quizás salva todo este lío de pretensiones: la hermana Agatha. Personaje construido para simpatizar al vidente y hacerle de antagonista al villano, valga la redundancia. Es lo mejor y único favorable de la historia. Su intensa labor y su escepticismo es lo que conduce al deleite y a suavizar la tosquedad que se presentan. Los visuales también dejan mucho que desear, ese primer capítulo es terrible de visualizar, malo por partes blandas. Al final, es una historia que se deja ver, hay cierto ingenio, un guion pasable, actuación planas pero visibles y fantasía de la mala.
Un fenómeno Netflix que decepciona pero encanta.