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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Voto de Jean Ra:
8
Drama Rechazado por el emporio artístico, destruido por el dolor por la pérdida de su hermana mayor y torturado por la adicción: la película retrata la vida de Edvard Munch, uno de los artistas más grandes de todos los tiempos. (FILMAFFINITY)
9 de febrero de 2024
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No doy crédito. Cuando descubrí la existencia del presente título lo primero que sentí fue cierta desidia, en parte porque prejuzgué que a la fuerza debía ser un biopic tópico a lo Hollywood, de narración convencional y anodinos lugares comunes que pueblan simples historias cuyo único interés es que el personaje fue un nombre propio conocido, de modo que se combina una dramaturgia trillada con obviedades sobre arte/política/cine o lo que se tercie. Por otra banda también la comparaba con el descomunal biopic que Peter Watkins realizó en 1974 y me parecía imposible que pudiera aportar nada más. En verdad pensé que sólo podía tratarse de una pérdida de tiempo.

Pero de repente me dio el venazo y decidí probar suerte. Ahora afirmo que hubiese sido una lástima perderse un largometraje de gran calidad, conmovedor y genuinamente interesado en su retratado, tanto que no se corta en retratarlo desde sus fracasos (artísticos, amorosos, emocionales). En el fondo esa elección lo que hace es seguir la estela "Evard Munch", el biopic de Watkins, dónde, en una escala mayor, también se resalta el sufrimiento de Munch: se entiende que esa emoción está impresa en sus cuadros y por lo tanto es necesario para comprenderlo a nivel esencial. Su carácter hipersensible no puede ser explicado mediante un único capítulo puntual (la muerte de su hermana), también es necesario apuntar a su entorno y esbozar una serie de decepciones que terminaron de formar su mente. Me refiero a dos desengaños amorosos, el primero, a los 21 años, cuando Munch era más ingenuo, se enamoró de una chica llamada Milly. Y luego tampoco hay que olvidar el el rechazo que su arte cosechó, que no fue poco.

La pintura de Munch es tremendamente moderna, las representaciones en sus cuadros no se ajustan a una reproducción de las formas de la realidad, sino a una expresión de la emoción que esas figuras provocan en la mente del pintor. Y sin embargo su perfil interesa porque se ajusta al prototipo del artista torturado y genial. ¿Es legítimo entonces dibujar a Munch desde esos ángulos? A mí Dahlsbakken me convenció que esa vía es la más honesta, la que más respeta las características de Munch.

Por otro lado hay ciertas elecciones muy audaces que también me han convencido y gustado. El retrato se realiza trenzando cuatro líneas temporales, que se dividen entre el siglo XIX y el XX, cosa que subraya su carácter como figura de transición entre dos siglos. En la primera la imagen es más naturalista, recurre a una fotografía con un poco de ruido que le da una textura muy cercana. En la segunda, el Berlín de 1892, la ambientación es contemporánea, Munch va a raves dónde suena techno, tiene móvil, los taxis son los actuales y demás. Esto, creo yo, tiene un fundamento que es por un lado potenciar el contraste entre el bucólico mundo campestre de la primera línea temporal y la modernidad de Berlín, una diferencia rotunda que nos hace sentir la desubicación de Munch, cómo que no sólo había aterrizado en otro país, también en otra época, lo cual efectivamente aumenta su disgusto con el mundo y la gente. La tercera es un Munch cuarentón y muy atribulado, necesitado de paz. Ahí la imagen es en blanco y negro, Munch ha dejado su intrépido ritmo de trabajo, sólo bebe como un cosaco, y con el blanco y negro, más que transmitir la excelencia clásica, expresa un mundo de pobreza espiritual. En el último, durante la II Guerra Mundial, la imagen vuelve a ser más convencional porque parece que aunque las tribulaciones no se han esfumado, el artista ha aprendido a aceptarlas, no sólo las menciona abiertamente con sorna, también, llegado el momento, puede requerir apoyo de otras personas, cosa que antes no osaba, llegando a guardarse para sí la cancelación de su exposición en Berlín.

Todas estas líneas no se narran de forma convencional, muchas veces el montaje se organiza por asociación de ideas, de forma que si hablan de fracasos amorosos luego salta a la línea del Munch de 21 años y su relación con Milly. A veces el salto es hacia el Munch de 40 años, como si recordara los hechos de la escena anterior, que le marcaron. Eso por supuesto demanda espectadores con un mínimo de capacidad de atención y memoria, los más lacios y vagos obviamente acabarán irritados porque el largometraje ha osado desafiar su pasividad, de forma que Dahlsbakken también les equipara como esos señores burgueses, tan rotundos en sus afirmaciones como en su estulticia e ignorancia, que en su época despreciaron el trabajo de Munch.

Yo, por mi parte, en el maravilloso montaje del clímax final, estaba en lágrimas, agradecido por no haber perdido la oportunidad de ver una película de gran sensibilidad y honestidad, que no aboga por el orden y el afecto a las convenciones, si no que pone en valor el riesgo y la honestidad artística, que muestra en detalle el proceso de aceptación de las propias flaquezas, el valor de lidiar con ellas en vez de almacenarlas para que envenen la mente, y cómo a pesar de esos disgustos siempre se puede aspirar a seguir adelante en busca de esos momentos, pequeños pero llameantes, en los que se experimenta algún tipo de consuelo. Porque en cierto momento, a pesar de haber sufrido golpes en la vida, Munch expresa rechazo frente a la idea de darse por vencido y morir, quiere seguir viviendo, buscar nuevos momentos gratos.

Ya para concluir decir que si bien este "Munch" no iguala a la obra maestra de Watkins tampoco debe pedir perdón: innegable que cada largometraje posee valor en sí mismo y que en conjunto se complementan y dialogan, muestran diferentes imágenes sobre la vida y el tiempo del artista noruego, amplia el prisma sobre la concepción del arte y explican detalles distintos. Watkins es más de tesis, Dahlsbakken es más hagiográfico. A la postre, siento que la combinación de ambas enriquece la visión más de lo gratificante que ha sido verlas cada una por separado.
Jean Ra
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