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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Voto de Jean Ra:
8
Drama Las nuevas tecnologías están transformando una ciudad relojera del siglo XIX en Suiza. Josephine, una joven trabajadora de una fábrica, produce la rueda de disturbios, que gira en el corazón del reloj mecánico. Expuesta a nuevas formas de organizar el dinero, el tiempo y el trabajo, se involucra en el movimiento local de los relojeros anarquistas, donde conoce al viajero ruso Pyotr Kropotkin. (FILMAFFINITY)
22 de septiembre de 2023
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de esos títulos que se ocupan de armonizar fondo y forma. La historia se ubica en la Suiza del siglo XIX, en un momento en el que la revolución industrial está extendiendo su dominio a esferas políticas de la sociedad, llegando a condicionar la legislación laboral e incluso la hora municipal, aprovechando momentos de distracción y en principio anecdótico. Y sin embargo ya tienen el pie puesto tras la puerta.

Los conceptos que rigen son la relojería y el anarquismo. No hay un protagonista propiamente dicho, es un relato coral, con diferentes situaciones que ilustran esos cambios sociales. El industrial, la policía, sindicalistas, trabajadores… cada personaje es como una pieza de ese gran mecanismo que es el municipio, si bien en verdad hay piezas que condicionan el ritmo del conjunto y desdicen esa apariencia de sincronía y concordia.

El propietario de la fábrica también es miembro del consejo municipal, y por lo tanto una autoridad política, capaz de ajustar la legislación para que se prohíba a los trabajadores la afiliación a sindicatos. Si su fábrica necesita ocupar el espacio público para realizar unas fotografías para lanzar su imagen comercial, pues llega la policía y se encarga de cortar y regular el paso, actuando en la práctica como empleados de un negocio privado. También es el único candidato en unas elecciones locales.

Todo este autoritarismo se impone en un clima de concordia y cordialidad. Los omnipresentes policías se dirigen a los peatones con respeto y sin embargo suelen imponer sus directrices. Pero tras esa fachada de amabilidad hay más detalles: quien no paga los impuestos municipales luego no puede acudir a la taberna o votar. Y para votar hay que estar inscrito en la parroquia local. También se puede arrestar al empleado que no haya pagado impuestos, quien salda su deuda trabajando en la cárcel. Así que basta con rascar tras la pantalla de libertad de prensa, poder descentralizado, clima cordial y otras bagatelas que en verdad, de forma disimulada, la cinta escenifica las luchas sociales frente a los cambios impuestos por la industrialización.

Otro de los frentes abordados es la lucha entre anarquismo y nacionalismo. Los anarquistas organizan una rifa para el bote de resistencia de las huelgas. Unos siervos de la burguesía venden cupones para una lotería que tiene como objetivo financiar una representación de una batalla histórica contra invasores austríacos, ocurrida 400 años atrás, es decir, una astracanada inane que sólo sirve para fortalecer el espíritu nacional, lo que implica reforzar la idea de ese estado dominado por los burgueses.

Aparte de eso, también es fácil comprobar lo muy cuidada que está la narrativa visual, con planos amplios y muy medidos en cuanto a las simetrías y el tempo narrativo, cosa que también refuerza la idea de orden de la puesta en escena y el guion, que funciona con la precisión del mecanismo de un reloj, mostrando los múltiples ángulos de ese municipio, plural, multilingüe, crisol de culturas, constituyéndose así en metáfora internacional.

Parece patente que, sin aspavientos, con sutilidad y un mecanismo muy pensado y transparente, el director logra perfilar contra qué luchaban los grupos anarquistas, dónde flaquearon los derechos de los trabajadores, hasta qué punto esa dominación invisible, de guante blanco, podía llegar a acaparar la vida diaria, alcanzando cotas surrealistas como ahora girar formularios a los peatones de un camino forestal para que precisen el tiempo que tardan. Un gran puzle ordenado con criterio y lucidez, que muestra esa primera fase del capitalismo que silenciosamente iba tomando el dominio, sin necesidad de la violencia de por ejemplo Alemania o Francia, en esa Suiza del siglo XIX, el control se infiltra con una sonrisa amable: es engañosamente permisivo e inofensivo. Defienden la libertad de prensa, pero si un representante del gobierno italiano, que es cliente de la fábrica de relojes, busca a un anarquista, el propietario de la fábrica pone a su policía a buscarlo a cambio de mantener su jugoso beneficio. Sin duda toda una reflexión que se proyecta en el presente.
Jean Ra
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