Centrada en un personaje que pudiera parecer anecdótico por el cómico retrato que se nos hace de él, lo cierto es que La Guerra de Charlie Wilson es, a pesar de parecer no tomarse en serio, una película muy seria y realista. Aquí se nos muestran los entresijos del funcionamiento de la maquinaria política estadounidense con una precisión casi quirúrgica, pero de tal manera que casi nos pasa inadvertido, porque de no ser así sería para echarse a llorar, o para echarse al monte. Y a estas alturas, personalmente prefiero reir que llorar o ponerme trascendente.
La historia demuestra cómo lo que parece más inverosímil es, o acaba por ser, absolutamente real. De otra manera, ¿cómo si no alguién podría creerse que el final de la Guerra fría y la victoria de los talibanes afganos en su lucha contra el poderoso ejército soviético se debió en gran medida a un calentón de bragueta de un senador norteamericano mujeriego y borrachín, que acabó implicando a los Estados Unidos en la financiación encubierta del ejército talibán?
El gran acierto de esta película es precisamente contar esa anécdota en tono de comedia, y en ese terreno, la elección de los actores protagonistas resulta esencial, con un Tom Hanks que demuestra que además de ser un gran actor, domina la comedia como nadie, y un Phillip Seymour Hoffman sobresaliente como siempre en la composición de un inolvidable personaje.
Yo diría que de lo mejor del año, para no perdérsela.