A pesar de las ejemplares actuaciones y de lo apropiado de los escenarios, lo que más llama la atención de esta terrible cinta es la esquizofrenia que genera en el espectador, sus brutales giros mentales, sus reflexiones.

Tiene un par de escenas (una de ellas resulta el jugoso final) en las que la descolocación es tal que el sentimiento que transmite es simple y llanamente el miedo. El miedo del propio pensamiento humano, el miedo que sufren los protagonistas, el miedo que sufre la humanidad, el miedo de no entender. El miedo del que viven las religiones. El miedo de los tungusos (“temían todo lo que no entendían, y entendían muy pocas cosas”).

Durante muchos tramos, el film podría calificarse sencillamente como bueno, pero sus puntuales secuencias de espasmos para el espectador, lo transforman en una obra mayor, en un clásico, en una obra cumbre.

Imprescindible.