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Voto de Chris Jiménez:
8
Intriga. Comedia. Thriller Un estudiante de literatura entrega a su profesor, un conocido escritor, el manuscrito de su primera novela. Desesperado por conseguir un nuevo éxito, el famoso novelista planea asesinar al joven y apropiarse de su obra. (FILMAFFINITY)
16 de abril de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mitad del salón de la gran mansión de paredes de madera brillante se palpa tensión, se huele a dolor y la muerte se saborea en cada esquina.
Todo en este escenario está concebido para ser un posible objeto de homicidio. Pero por el reconocimiento, el prestigio, se pueden llegar a cometer ciertos actos...no importa, ¿verdad?

El drama con brochazos de humor afilado o la comedia con momentos de puro terror "Death Trap" abre a comienzos de 1.978 en el neoyorkino teatro Music Box y se mete al público y a los críticos en el bolsillo día tras día, hasta el punto de convertirse en uno de los más grandes éxitos que se vieron sobre las tablas de Broadway. El infalible Ira M. Levin gozó de ese abrumador éxito con una obra que demostraba su habilidad para recoger algunos de los elementos más reconocibles del "thriller" y las novelas policíacas/criminales y retorcerlos a su antojo situándolos en el tan despiadado mundo del teatro, el arte y el anhelo de la fama.
El resultado fueron nada menos que cuatro años de casi 1.800 infatigables funciones, un récord difícil de olvidar. Y en ese momento en que se realizan las últimas, Warner Bros. debe esperar a estrenar la adaptación cuyos derechos había adquirido tiempo atrás; nadie mejor para hacerse cargo de ella que un Sidney Lumet recién llegado de una de sus obras maestras ("El Príncipe de la Ciudad"), cuya excelente razón la encontramos en innumerables títulos a lo largo de su carrera que confirman su buena mano para trasladar obras teatrales de renombre a la gran pantalla.

"La Ofensa", "Equus", "Larga Jornada hacia la Noche" confirman que estamos ante uno de los más habilidosos directores de eso conocido como teatro filmado (o película de cámara) de la Historia del cine. Su inmersión en los entresijos, en la magia de dicho universo, aparece desde el principio, a ojos de un Michael Caine que es a la vez creador y espectador, transmutado en ese Sidney Bruhl fracasado, medio arruinado, un dramaturgo cuyos años de gloria ya pasaron. Pronto nos refugiaremos en su mansión de East Hampton, ubicación primordial donde acontecerán el resto de eventos.
Una esposa un tanto paranoica pero comprensiva en exceso (Myra) con la brusca y parca forma de ser de su marido, una obra escrita por un aspirante a autor que sirve de catalizador de la humillación, aspirante que incluso se persona en dicho escenario satisfaciendo la curiosidad del anterior ante una perversa decisión: ¿ser capaz de asesinar y apropiarse de algo por volver a lograr el éxito? El teatro dentro del teatro entre paredes que encierran una atmósfera asfixiante y a través de una cámara que sorprende con sus artificios y precisos movimientos manteniendo la tensión y el ritmo en todo momento, desvelándose unos tempranos toques de comedia, extravagante y traviesa para así sacudirnos sin concesiones...

Sacudirnos en ese instante en que todos creíamos poder adivinar el desarrollo de tal argumento, bien estructurado según los actos de la obra original, por Jay Allen, colaborador de un Lumet que se divierte jugando con la profundidad y el espacio ocupado por un reparto pequeño pero inmenso. Violencia desatada, el humor casi leve pasa a ser negro y ácido, la presencia tan "alleniana" de la médium Helga, añadiendo más extrañeza al desquiciado ambiente. El 1.er acto subraya el poder de lo inesperado con una vuelta de tuerca basada en la farsa y la inversión de roles.
Como una reversión de la obra de Anthony Shaffer "Sleuth" que protagonizara Caine en su adaptación una década antes, si en ella se disputaban el duelo un entusiasta de la ficción novelesca y el amante de su esposa, "La Trampa la Muerte" elimina la infidelidad femenina y se la pasa al marido por medio del alumno, Clifford, ese Christopher Reeve que venía con ganas de poner de manifiesto que podía ser algo más que Clark Kent. El joven Milo Tindle de Caine es ahora el maestro, y su juego de mentiras, traiciones y ambición se disputa arañando las tripas de la moralidad usando la excusa del éxito y el dinero.

Según la obra todo el 2.º acto encierra los mejores secretos, giros y sorpresas. Es curioso el modo en que lo inicia Lumet, desde la tranquilidad de un hogar habitado por los dos amantes masculinos, en perfecta armonía pero removiéndose por debajo la culpa por el crimen cometido, y a esto se le suma la idea del joven aspirante de utilizar dicho acto repugnante como argumento para esa obra de teatro primero inventada, luego soñada, la que se usó como una ficción para disfrazar la realidad y ahora se alimenta de la realidad para crear una ficción. Caine y Reeve juegan a la inversión de roles y el director lo filma lo más áspera y despiadadamente posible.
Antes el veterano estaba dispuesto a luchar por el prestigio cometiendo un crimen, todo fingido; en su contraparte, el aspirante quiere servirse del crimen para lograr el prestigio, y ello choca con la moral del primero. Una de las mejores cosas del guión es no revelar absolutamente nada del pasado de Clifford; no hay traumas ni frustraciones que expliquen su desviado y psicótico comportamiento, él es así y lo disfruta. Al llegar las últimas escenas del 2.º acto, bajo una tormenta incesante que Hitchcock desearía haber filmado, todo se convierte en un desafío metanarrativo delicioso donde con la farsa teatral se condenan la mentira y la ambición del propio teatro.

Irene Worth, muy exagerada en sus gestos y expresiones (parece realmente sacada de una película de Woody Allen), se hace con las riendas de la trama y se pone por encima de sus compañeros de reparto. La última vuelta de tuerca del guión, cuando ya pensábamos que no podían acumularse más, descubre en efecto lo rematadamente malévolo de la condición humana.
El director lo condena todo en este "thriller" sin presencia policial (ya está Helga de detective), no deja títere con cabeza, descubriendo esa retorcida sonrisa que suelen encerrar muchos de sus trabajos y que han esbozado con maldad todos los personajes del presente.
Chris Jiménez
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