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Voto de Chris Jiménez:
9
Drama Historia que cuenta los amores prohibidos entre un samurái cristiano y la hija adoptiva de un prestigioso maestro de té en el Japón feudal. (FILMAFFINITY)
14 de agosto de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las maderas de la estancia rezuman humedad por la intensa lluvia y el frío exterior...pero dentro la inunda una confortable calidez por el momento que comparten los fugados amantes.
Puede ser este un mero y fugaz instante de felicidad, el único que conserven en sus oscuras vidas, y por fin lo sellan entrelazándose en una confesión de amor verdadero...

Poderosa, inolvidable secuencia de la Historia del cine universal. Las obras que acometió Kinuyo Tanaka desde la perspectiva de directora no destacan por la originalidad de sus argumentos y personajes, pero sí de una manera brillante en el aspecto formal y en la composición de escenas autónomas que sin duda quedan en la memoria por su fuerza, como la antes comentada; "Ogin-sama" es un buen ejemplo de ello y, por otra parte, la última vez que lo demostraría, pues decidió retirarse del negocio cinematográfico, primero de la dirección y luego de la actuación, para cuidar a su hermano, enfermo de parkinson.
Su último trabajo ha conseguido una recepción notable, pero deja Toho y acomete una ambiciosa producción en Shochiku, tal vez la más ambiciosa de su carrera, a partir de la exitosa novela homónima del gran Toko Kon (a quien todo el mundo, al parecer, quería adaptar en aquellos años '60) y está muy influenciada (como la previa "La Noche de las Mujeres") por la visión, estética y el discurso de su mentor y compañero de fatigas Kenji Mizoguchi. Ahora, gracias al despliegue de medios y al alto presupuesto, puede recrear con todo lujo de detalles un pasado histórico situado en la era Tensho.

Es un momento delicado para la nación, mientras Nobunaga Oda plantea sus reformas en la administración y el centro del poder y el flujo de visitantes extranjeros está preocupando a los altos cargos, máxime cuando la gran mayoría son cristianos que se han propuesto introducir su fe en una comunidad tan defensora de sus tradiciones como es la japonesa. En el mismo año, Oshima trata este conflicto en "El Rebelde", desde su punto de vista contestatario y cruento; Tanaka, por su parte, y siendo fiel al texto original, no se centra exclusivamente en intrigas políticas, aunque tendrán su parte de peso en el drama íntimo de Ogin.
Heroína clásica de la directora, de Mizoguchi y del mismo "jidai-geki", ésta va a sufrir todos los castigos imaginables al quedar subyugada bajo varias fuerzas externas: ser la hija adoptiva de un maestro de ceremonias del té sin poder político que además pertenece a esa minoría de nativos que han aceptado el catolicismo; ser codiciada como mero objeto de deseo por el poderoso señor Hideyoshi Toyotomi, responsable en esa época de oprimir la invasión cristiana y predicar la unificación imperial japonesa; y la más importante: estar enamorada de uno de los más conocidos conversos, el daimyo Takayama Hikogoro.

Con la acostumbrada fuerza expresiva de la que dota a sus imágenes (esta vez bajo una intensa paleta de colores donde se captura tal belleza pictórica que trasciende la pantalla gracias a las labores del operador Yoshio Miyajima y el diseñador artístico Junpei Osumi), la directora se refugia en la intimidad de esa joven vapuleada por un dilema ético donde se debate su fe por la religión y su amor, lo cual es rechazado, y la cruz, en este caso, vendrá a actuar de solemne soga (al cuello y colgada por el mismo Hikogoro) para preservar su autoimpuesta castidad. Eso impulsa el viaje de Ogin, como el de Oharu, a través del cual irá evolucionando y aprendiendo sobre la tierra en que vive.
Una fábula de introspección de alta carga melodramática pero camuflada, en cierto modo, de periplo épico y grandioso. Y en su transcurso lo que se ofrece es una visión a un tiempo demoledora y sincera de lo que es el Japón de la época (como ya se venía haciendo en el cine desde mitad de la década anterior), atacando las injusticias políticas, la extrema crueldad y codicia de los poderosos (Toyotomi convertido en un anciano baboso y arrogante hasta el punto de mancillar la naturaleza tradicional de la ceremonia del té con sus ostentaciones de clase alta) así como destacando el rechazo a toda cultura externa y, sobre todo, las convenciones que ataban a la mujer.

Pero Tanaka prefiere practicar la distancia sobre los problemas sociopolíticos y hace hincapié en esto último, creando para la ocasión una heroína fuera de toda convención y ajena a los estándares feudales. Si Ogin acepta matrimonio es por un falso desengaño, ya que protege su castidad, y hasta las últimas consecuencias, para entregárselas al único hombre al que ama, tanto si eso significa su total traición al catolicismo y sus reglas como el acabar siendo asesinada por el delito de adulterio y de proseguir en su fe tras imponerse la prohibición del cristianismo en el país.
Al final, "Ogin-sama" se refugia en otras convenciones: las del melodrama histórico y romántico-trágico con la esencia de la literatura de Chikamatsu donde la corrupción política y el poder de los privilegiados triunfan sobre algo tan nimio como el amor de dos personas, aquí exiliados que prefieren morir en los brazos del otro antes que aceptar la humillación; difícil es resistirse a la narrativa sobria y minuciosa que nos brinda la cineasta, y que con tanto esmero se apoya en las atmósferas y el aspecto formal para soliviantar los sentimientos del espectador.

Perfecta Ineko Arima (papel que de ser más joven, habría hecho Tanaka) y un Tatsuya Nakadai más contenido pero cuya presencia ya es un garante de calidad; a su sombra un magistral Ganjiro Nakamura en una de esas pocas ocasiones donde da vida alguien bondadoso.
Abruma su exceso trágico narrativo, y resulta hipnótico en pantalla, un deleite visual y sonoro, al tiempo que se nos brinda una de esas historias que pueden fácilmente desgarrarnos el corazón. Muy aplaudida en su momento (más por la crítica), la natural de Yamaguchi se despide de su oficio a los 53 años con ésta, su obra maestra; seguirá actuando, sí, pero ya jamás se pondrá tras la cámara...
Chris Jiménez
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