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Voto de Chris Jiménez:
9
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Aventuras. Acción
Guerras napoleónicas, año 1805. Bonaparte domina Europa. Inglaterra consigue resistir porque es la primera potencia naval del mundo. Precisamente por eso los mares se convierten en un crucial y estratégico campo de batalla. En el Atlántico, el Surprise, un navío inglés capitaneado por Jack Aubrey (Crowe), es atacado por sorpresa por un buque de guerra francés. A pesar de los graves daños sufridos por la nave, Aubrey decide navegar a ... [+]
16 de noviembre de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El viento golpea las velas, el palo mayor cruje y el mascarón de proa rompe con bravura las olas del agitado océano, que se revuelve con furia, anunciando catástrofes e infurtunios.
Vamos a tragar salitre y a asfixiarnos con la pólvora de los cañones, porque estamos a bordo de un maldito buque de guerra, cara a cara con el enemigo. Una experiencia irrepetible.
Después de Cecil Forester, se considera a Richard Patrick Russ (conocido por su pseudónimo Patrick O'Brien) como uno de los maestros de la novela épica naval de los últimos tiempos; esto lo dejaría patente a lo largo de una serie de novelas, englobadas como "Aubrey/Maturin" y centradas en el marco de las Guerras Napoleónicas (al estilo de Forester) aunque nunca sujetas a rigurosos detalles históricos pero sí inmersos éstos en lo que a vida y costumbre marítima se refiere. Sin embargo, las aventuras del oficial Jack Aubrey y el naturalista y médico Stephen Maturin, iniciadas en 1.969, obtendrían un discreto éxito en Inglaterra y a menudo se publicaban en el extranjero.
Fue durante los '90, cuando Russ tenía ya más de 70 años y la saga aún seguía infatigable, que se relanzó con éxito en EE.UU. y de la noche a la mañana acabó convertida en todo un fenómeno. No mucho tiempo después al ejecutivo de Fox, Tom Rothman, se le metió entre ceja y ceja realizar una adaptación de los libros, y una vez adquiridos los derechos instó a Peter Weir, henchido de gloria tras "El Show de Truman", a encargarse de ello, si bien negó el trabajo por su gran dificultad; pero el profundo deseo de aquél fue suficiente para mermar el rechazo del director.
Y así éste se inmiscuyó a conciencia en un esfuerzo titánico por recrear, con el mayor de los realismos, el espíritu de los textos de Russ y todo lo referente a la vida marítima, empezando por unirse con el guionista y también médico John Collee para confeccionar un libreto que, pese a utilizar el título de la 10.ª entrega de la saga, terminó recopilando pasajes de diferentes volúmenes, además de deshacerse de varios personajes, subtramas y otros elementos de la iconografía de la historia, con el abrupto cambio de poner a los franceses en el bando enemigo en lugar de a los americanos (por supuesto...).
Así que la guerra en la cual se nos sumerge no es la de 1.812, como en el libro, sino en la desarrollada contra Napoleón Bonaparte. El esfuerzo que mencionaba, logrado a través de una unión de talentos en terreno técnico, narrativo y artístico, se muestra bien en pantalla durante un primer cuarto de hora intenso y visceral en el sentido más estricto del término; Weir empieza ya en pleno oceáno, y nos embarca en el HMS Surprise, inmerso en una cacería descarnada contra el francés Acheron. La niebla cubriendo el espacio, misterio inquietante, silencio sepulcral, para luego romperlo en trozos el estruendo de una batería de cañones ensordecedores.
La labor de la Industrial Light & Magic plasma de un modo excelente la espectacularidad de la batalla y el australiano se desenvuelve como pez en el agua (valga el chiste fácil) filmando musculosas secuencias de acción. Tras el asalto procedemos a seguir de cerca las vidas de quienes van a bordo; en los minutos previos ya hemos conocido a los protagonistas de la saga de Russ, y Weir ejecuta la presentación de un modo muy particular: mostrando en pantalla sus "instrumentos" antes que a ellos mismos. Por un lado Aubrey, por otro Maturin; el primero haciéndose con sus espadas, el segundo con su equipo de medicina.
Vital dicha maniobra pues ya desde un principio las maneras de actuar y pensar de estos hombres estarán condicionadas por los caminos que eligieron: uno decidió dedicarse a la guerra y a la destrucción y el otro a la ciencia y la vida. Aun así vamos aprendiendo sobre la inquebrantable amistad que los une, lo que constituye una de las claves del argumento más allá de todo conflicto bélico (más bien una historia de fondo); poco a poco las múltiples amenazas y desventuras a las que se enfrenta la tripulación, presentadas de un modo casi episódico, ponen las opiniones, moralidad, ideologías y profundos sentimientos de ambos en perspectiva.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
¿Y qué fue del cormorán? En la isla se quedó, mientras Aubrey pudo hacerse con su ansiado barco; de existir una secuela seguramente podríamos saber en qué acababa aquello, pero nunca la hubo. La obra superó con creces el presupuesto invertido y fue nominada a múltiples premios de la Academia, de los que se llevó pocos, la verdad; pero Hollywood se rige por unas reglas más estrictas que la de los oficiales navales británicos del XIX.
Si un film no domina suficiente tiempo la taquilla en el n.º 1 es un desastre (ya ven qué mentalidad la de esos ejecutivos); además a Weir le sentó muy mal ponerse en competencia aquel 2.003 con la bomba de Disney estrenada en Junio y para el consumo de todas las edades que fue "Piratas del Caribe" (otra peripecia por océanos a principios de siglo y protagonizada por otro Jack...). Por supuesto esta gran obra iba a pasar desapercibida, pero aquellos que en nuestro fuero interno sabemos lo que debe ser una epopeya épica de aventuras preocupada de temas más interesantes que los meros efectos visuales no podemos dejar de fascinarnos con "Master and Commander".
Ron en alto, brindemos por la fuerza de los mástiles, la firmeza del timón y por que nos acompañe siempre el barlovento para seguir navegando a través de los siete mares junto a Aubrey y Maturin a bordo del majestuoso Surprise, el orgullo del imperio británico.
Safe and sound and home again, let the waters roar, Jack!...
Vamos a tragar salitre y a asfixiarnos con la pólvora de los cañones, porque estamos a bordo de un maldito buque de guerra, cara a cara con el enemigo. Una experiencia irrepetible.
Después de Cecil Forester, se considera a Richard Patrick Russ (conocido por su pseudónimo Patrick O'Brien) como uno de los maestros de la novela épica naval de los últimos tiempos; esto lo dejaría patente a lo largo de una serie de novelas, englobadas como "Aubrey/Maturin" y centradas en el marco de las Guerras Napoleónicas (al estilo de Forester) aunque nunca sujetas a rigurosos detalles históricos pero sí inmersos éstos en lo que a vida y costumbre marítima se refiere. Sin embargo, las aventuras del oficial Jack Aubrey y el naturalista y médico Stephen Maturin, iniciadas en 1.969, obtendrían un discreto éxito en Inglaterra y a menudo se publicaban en el extranjero.
Fue durante los '90, cuando Russ tenía ya más de 70 años y la saga aún seguía infatigable, que se relanzó con éxito en EE.UU. y de la noche a la mañana acabó convertida en todo un fenómeno. No mucho tiempo después al ejecutivo de Fox, Tom Rothman, se le metió entre ceja y ceja realizar una adaptación de los libros, y una vez adquiridos los derechos instó a Peter Weir, henchido de gloria tras "El Show de Truman", a encargarse de ello, si bien negó el trabajo por su gran dificultad; pero el profundo deseo de aquél fue suficiente para mermar el rechazo del director.
Y así éste se inmiscuyó a conciencia en un esfuerzo titánico por recrear, con el mayor de los realismos, el espíritu de los textos de Russ y todo lo referente a la vida marítima, empezando por unirse con el guionista y también médico John Collee para confeccionar un libreto que, pese a utilizar el título de la 10.ª entrega de la saga, terminó recopilando pasajes de diferentes volúmenes, además de deshacerse de varios personajes, subtramas y otros elementos de la iconografía de la historia, con el abrupto cambio de poner a los franceses en el bando enemigo en lugar de a los americanos (por supuesto...).
Así que la guerra en la cual se nos sumerge no es la de 1.812, como en el libro, sino en la desarrollada contra Napoleón Bonaparte. El esfuerzo que mencionaba, logrado a través de una unión de talentos en terreno técnico, narrativo y artístico, se muestra bien en pantalla durante un primer cuarto de hora intenso y visceral en el sentido más estricto del término; Weir empieza ya en pleno oceáno, y nos embarca en el HMS Surprise, inmerso en una cacería descarnada contra el francés Acheron. La niebla cubriendo el espacio, misterio inquietante, silencio sepulcral, para luego romperlo en trozos el estruendo de una batería de cañones ensordecedores.
La labor de la Industrial Light & Magic plasma de un modo excelente la espectacularidad de la batalla y el australiano se desenvuelve como pez en el agua (valga el chiste fácil) filmando musculosas secuencias de acción. Tras el asalto procedemos a seguir de cerca las vidas de quienes van a bordo; en los minutos previos ya hemos conocido a los protagonistas de la saga de Russ, y Weir ejecuta la presentación de un modo muy particular: mostrando en pantalla sus "instrumentos" antes que a ellos mismos. Por un lado Aubrey, por otro Maturin; el primero haciéndose con sus espadas, el segundo con su equipo de medicina.
Vital dicha maniobra pues ya desde un principio las maneras de actuar y pensar de estos hombres estarán condicionadas por los caminos que eligieron: uno decidió dedicarse a la guerra y a la destrucción y el otro a la ciencia y la vida. Aun así vamos aprendiendo sobre la inquebrantable amistad que los une, lo que constituye una de las claves del argumento más allá de todo conflicto bélico (más bien una historia de fondo); poco a poco las múltiples amenazas y desventuras a las que se enfrenta la tripulación, presentadas de un modo casi episódico, ponen las opiniones, moralidad, ideologías y profundos sentimientos de ambos en perspectiva.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
¿Y qué fue del cormorán? En la isla se quedó, mientras Aubrey pudo hacerse con su ansiado barco; de existir una secuela seguramente podríamos saber en qué acababa aquello, pero nunca la hubo. La obra superó con creces el presupuesto invertido y fue nominada a múltiples premios de la Academia, de los que se llevó pocos, la verdad; pero Hollywood se rige por unas reglas más estrictas que la de los oficiales navales británicos del XIX.
Si un film no domina suficiente tiempo la taquilla en el n.º 1 es un desastre (ya ven qué mentalidad la de esos ejecutivos); además a Weir le sentó muy mal ponerse en competencia aquel 2.003 con la bomba de Disney estrenada en Junio y para el consumo de todas las edades que fue "Piratas del Caribe" (otra peripecia por océanos a principios de siglo y protagonizada por otro Jack...). Por supuesto esta gran obra iba a pasar desapercibida, pero aquellos que en nuestro fuero interno sabemos lo que debe ser una epopeya épica de aventuras preocupada de temas más interesantes que los meros efectos visuales no podemos dejar de fascinarnos con "Master and Commander".
Ron en alto, brindemos por la fuerza de los mástiles, la firmeza del timón y por que nos acompañe siempre el barlovento para seguir navegando a través de los siete mares junto a Aubrey y Maturin a bordo del majestuoso Surprise, el orgullo del imperio británico.
Safe and sound and home again, let the waters roar, Jack!...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Sin embargo el director y Collee optan por eliminar situaciones que podrían convertirse en manidos clichés; no veremos por tanto un motín, ni un duelo a bordo, ni una intriga de espías encubiertos, ni mucho menos una insulsa historia de amor al estilo hollywoodiense (pues no hay mujeres). Aquéllos radiografian con sumo cuidado (aunque preocupándose más de los oficiales que de la humilde tripulación) la existencia de estos marinos y sus estoicas normas militares, fervor del patriotismo, estricto trato entre rangos, miedo y respeto por el enemigo y de qué manera la obsesión, la inocencia, el hastío, el odio y la superstición hacen mella en ellos.
Uno de los "episodios" más descorazonadores y relacionado con ésto último tendrá como protagonista al guardiamarina Hollom, maldito entre la tripulación, atravesado por las miradas de sus subordinados y conducido a una muerte trágica antes de tiempo. Y puede que Weir recoja la esencia y autenticidad del cine clásico de aventuras (ese que no tendría cabida para el descerebrado público del nuevo siglo, ávido de incongruencias y efectos visuales) de John Huston, Raoul Walsh, David Lean o John Farrow, pero su enfoque es puramente "hawksiano" en cuanto a camaradería, relación entre compañeros y sacrificio individual por salvar al grupo (sacrificio que conducirá a buenos o malos resultados).
Esto lo encarna, con el rostro firme de ese Russell Crowe en el momento cumbre de su carrera, el implacable y orgulloso Aubrey, dispuesto a todo para cazar al enemigo francés, a la vez consciente de los males que asolan a su gente pero jamás rindiéndose ante la adversidad; un retrato con el cual simpatiza mejor el espectador es el del soberbio Paul Bettany como Maturin, comprometido enfermero, alejado del círculo y la mentalidad militar y también tras un sueño: el conocimiento del mundo y la naturaleza. Complejo personaje que cobra especial importancia durante los pasajes que tienen lugar cerca de las Islas Galapagos o sobre sus vírgenes parajes.
Único momento, fascinante, en que por fin bajamos del barco, y el director, con su innata sensibilidad australiana, demuestra la misma pericia en capturar la belleza terrestre como la marítima, al igual que su operador Russell Boyd, cuya fotografía hipnotiza hasta el punto de transmitirnos los olores y colores del entorno como si estuviésemos al lado de Maturin recorriendo la isla en busca de su preciado cormorán. Y aquí el guión propone algo digno de admiración: cómo la compenetración y amistad de beneficio recíproca entre ellos hace desarrollar constantemente la trama, si bien es Maturin el personaje más maltratado en esta relación.
Pero Weir hace que tanto uno como otro sean hombres de honor y palabra (de ahí se excusa un acto tan dudosamente moral como es el que el médico anime a la ofensiva militar tras avistar el navío francés en la isla). Se nos regala un último tercio otra vez rindiendo tributo al clásico cine de aventuras y de capa y espada, auténtico y visceral, cuando por fin se produce el enfrentamiento entre los barcos tras esa maniobra de engaño al enemigo (volviendo a ponerse de manifiesto la "hawksiana" unión de la fuerza). Tambien es la primera vez que Weir nos permite ver de cerca al enemigo francés, con el cual siempre se había mantenido una distancia férrea y por algunos considerada torpemente maniquea.
Pero el punto de vista es inevitablemente el de los marineros británicos, por lo que debemos hacernos a la idea de parte de quién hemos de estar (de hecho los sufridos protagonistas, que han soportado mil y una calamidades por culpa de los franceses, incluso demuestran una noble piedad hacia ellos al final). La violencia física en el caso de las batallas a bordo es salvaje y desenfrenada, pero nunca filmada de forma caótica.
El cineasta es riguroso con la veracidad hasta el más mínimo detalle, y ello le confirma como un maestro de la puesta en escena, el dominio de la acción y la conciencia del movimiento.
Uno de los "episodios" más descorazonadores y relacionado con ésto último tendrá como protagonista al guardiamarina Hollom, maldito entre la tripulación, atravesado por las miradas de sus subordinados y conducido a una muerte trágica antes de tiempo. Y puede que Weir recoja la esencia y autenticidad del cine clásico de aventuras (ese que no tendría cabida para el descerebrado público del nuevo siglo, ávido de incongruencias y efectos visuales) de John Huston, Raoul Walsh, David Lean o John Farrow, pero su enfoque es puramente "hawksiano" en cuanto a camaradería, relación entre compañeros y sacrificio individual por salvar al grupo (sacrificio que conducirá a buenos o malos resultados).
Esto lo encarna, con el rostro firme de ese Russell Crowe en el momento cumbre de su carrera, el implacable y orgulloso Aubrey, dispuesto a todo para cazar al enemigo francés, a la vez consciente de los males que asolan a su gente pero jamás rindiéndose ante la adversidad; un retrato con el cual simpatiza mejor el espectador es el del soberbio Paul Bettany como Maturin, comprometido enfermero, alejado del círculo y la mentalidad militar y también tras un sueño: el conocimiento del mundo y la naturaleza. Complejo personaje que cobra especial importancia durante los pasajes que tienen lugar cerca de las Islas Galapagos o sobre sus vírgenes parajes.
Único momento, fascinante, en que por fin bajamos del barco, y el director, con su innata sensibilidad australiana, demuestra la misma pericia en capturar la belleza terrestre como la marítima, al igual que su operador Russell Boyd, cuya fotografía hipnotiza hasta el punto de transmitirnos los olores y colores del entorno como si estuviésemos al lado de Maturin recorriendo la isla en busca de su preciado cormorán. Y aquí el guión propone algo digno de admiración: cómo la compenetración y amistad de beneficio recíproca entre ellos hace desarrollar constantemente la trama, si bien es Maturin el personaje más maltratado en esta relación.
Pero Weir hace que tanto uno como otro sean hombres de honor y palabra (de ahí se excusa un acto tan dudosamente moral como es el que el médico anime a la ofensiva militar tras avistar el navío francés en la isla). Se nos regala un último tercio otra vez rindiendo tributo al clásico cine de aventuras y de capa y espada, auténtico y visceral, cuando por fin se produce el enfrentamiento entre los barcos tras esa maniobra de engaño al enemigo (volviendo a ponerse de manifiesto la "hawksiana" unión de la fuerza). Tambien es la primera vez que Weir nos permite ver de cerca al enemigo francés, con el cual siempre se había mantenido una distancia férrea y por algunos considerada torpemente maniquea.
Pero el punto de vista es inevitablemente el de los marineros británicos, por lo que debemos hacernos a la idea de parte de quién hemos de estar (de hecho los sufridos protagonistas, que han soportado mil y una calamidades por culpa de los franceses, incluso demuestran una noble piedad hacia ellos al final). La violencia física en el caso de las batallas a bordo es salvaje y desenfrenada, pero nunca filmada de forma caótica.
El cineasta es riguroso con la veracidad hasta el más mínimo detalle, y ello le confirma como un maestro de la puesta en escena, el dominio de la acción y la conciencia del movimiento.