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España España · Badajoz
Voto de Max Power:
8
Drama Precuela de la trilogía "Heimat", que Edgar Reitz realizó para televisión en 1984, 1993 y 2004, en donde sigue la historia de Alemania en el siglo XX a través de un ficticio pueblo alemán. Ambientada en el 1842, sigue a la familia Simon en Hunsrück, que busca escapar de la pobreza y el hambre empezando una nueva vida en Brasil. Johann es el padre y trabaja como herrero, Margaret la madre, Lena la hija mayor que se ha fugado porque ... [+]
20 de febrero de 2019
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Un rara avis dentro del Cine, "La otra tierra" viene a rellenar el vacío de la tradición épica europea y la ortodoxia formal que hasta hace menos de treinta años caracterizó al cine más prestigioso e influyente de nuestro continente. Desde entonces se han hecho algunas obras mayores en este sentido pero debido al cada vez más encorsetado formato comercial americano es más difícil acceder a ellas para el público medio. Me viene a la cabeza la grandiosa, "La mejor juventud" (Giordana, 2003).
Con una duración que presupone una atención y predisposición absolutas para disfrutarla y comprenderla en su plenitud (y yo que me alegro), Edgar Reitz se lanza a por su cuarta parte de la obra por la que va a ser recordado cuando muera. Si bien como precuela de toda la saga y quizá por la que haya que empezar para contextualizar correctamente todo el proceso de desarrollo primero y decadencia social después a la que ha llegado la Alemania actual (aunque con los tiempos, conseguir que alguien vea cualquiera de las partes es en sí mismo un mérito nada desdeñable).
Nos encontramos pues en un pueblo a mediados del XIX, el nexo de unión de casi todos los actos es Jakob, bendita oveja negra, ambicioso y soñador, culto y sensible y por lo tanto, inadaptado e incomprendido, sobre todo en un entorno en el que la mayoría solo piensa en como se las apañarán para seguir un día más con vida mientras son oprimidos y casi asfixiados por unas tiránicas leyes impuestas por los grandes aristócratas de la región.
La obra se divide en dos partes, la primera, al estilo de las novelas de aprendizaje, nos lleva de la mano del propio Jakob, en su proceso de madurez (básicamente el llevarse hostias emocionales, y no tan emocionales) que culmina con un profundo desencanto tanto desde el plano sentimental como desde el político al ver que la realización de estos dos aspectos dependen también de elementos externos no controlables e incluso, constituidas por fuerzas mucho mayores a las que no es posible enfrentarse solo.
La segunda parte empieza con un plano silencioso del cartel del pueblo, prolongación inquieta de las malas sensaciones con la que acaba la primera. La intuición no falla: Se avecinan cosas peores pero de distinta naturaleza.
Desde la individualidad con cierto encanto desmitificador (ahí es nada lo que consigue Reitz) se deja paso a un fresco social deprimente: los personajes jóvenes se ven obligados a madurar, a comprender rápidamente que su lugar en el mundo no se diferencia mucho realmente del que puedan tener un mueble o un arado de su propiedad. Las risas y travesuras de la juventud dejan paso al trabajo sin garantías, a las ilusiones perdidas y por añadidura, a las enfermedades, las primeras muertes de amigos y familiares y los hijos no natos o prematuramente fallecidos.
La hostia existencial está bien medida, y en ese sentido, nadie lo hace tan bien como los alemanes.
Jakob, se convierte en una especie de paria social desde que lo encarcelaron, pero la falta de tiempo de su gente y de sus padres, provoca que, en poco tiempo, se integre en su pueblo otra vez con naturalidad, no hay lugar para los chismorreos y dedos acusadores con los que la cinematografía tradicional nos había mostrado la vida rural clásica. Hay que unirse rápidamente al engranaje mecánico, medio oxidado y aparentemente irreemplazable con el que les ha tocado vivir.
Uno ya comprende que no puede hacer de la vida lo que uno quiera, si no lo que esta le permite. Ya a uno no le pesan los fallos del pasado, el tiempo perdido o las oportunidades desaprovechadas, solo queda mirar para adelante, trabajar y comprender que esto no es culpa de nadie, pero que a la vez es culpa de todos.
No hay fuerzas ni espíritu para lograr un cambio social efectivo, carecen de medios, carecen de palabras para expresar correctamente sus necesidades y sobre todo carecen de tiempo.
Los habitantes del pueblo no pueden, entonces, organizarse contra las clases dominantes, pero todos sueñan en secreto con hacer las Américas, una ambición aparentemente absurda y culturalmente dificultosa pero que surge de la propia desesperación existencial por la falta de autorrealización.
Jakob es el primero que sueña con ello, es el primero que sabe, gracias a los libros y a la cultura, lo que le puede esperar al otro lado del charco, pero será el último en irse, obligado por el trabajo de herrero, alma y verdadero sustento (mal que le pese) de la familia y por la delicada salud de su madre, quien a su vez sueña con cumplir al menos el deseo universal de no morir sola y abandonada, una tregua personal con el mundo que Jakob comprende a medida que crece y que acepta a regañadientes mientras se cartea con científicos de la capital.
Es admirable la evolución psicológica de los personajes, especialmente del propio Jakob y de su eterno amor Henriette, ambos son víctimas del sistema déspota que les rodea, que refina su sadismo otorgando nuevos "beneficios" y comodidades a las familias pero como simple estrategia para que puedan producir más y no presenten tantos problemas (la escena de la rebelión por los toneles de vino y la claudicación por parte del conde es un ejemplo claro). Pero a la vez, son víctimas de su propia condición, que se revela al final como hermosa por ser pura, humana, la falta de realización en el plano afectivo-sexual es una constante latente en toda la obra y culmina con una intensa y deseada escena sexual que sin mostrar nada ya dice más que la mayoría.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Max Power
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