Sin duda, una aproximación original, lo cual ya es un mérito en sí mismo, a la figura de Holmes. Este detective ha sido homenajeado, ultrajado, admirado, destrozado y todos los adjetivos que se nos puedan ocurrir cada vez que el cine se ha acercado a su figura. Para mí, siempre será Peter Cushing en aquella mítica serie de TV, otros le pondrán otro rostro, sin duda. Garci, incluso, lo trajo a Madrid. Perrerías aparte, Bill Condon nos presenta un crepuscular Holmes, sumido en el desconcierto que la pérdida de memoria debida a su senilidad le causa. A su alrededor, un ama de llaves y su hijo, un apiario que es su pasión y el tremendo esfuerzo de recordar, de vivir su pasado, que se le escapa entre las brumas de la edad. Exceptuando la curiosa aproximación que el más grande (B. Wilder, no lo dudéis) hizo a la figura del detective inglés, esta es sin duda muy original. Bien realizada y mejor interpretada (inmensos los tres protagonistas: ese niño tiene futuro), le penaliza mucho un final blando y con mucho azúcar que enturbia quizás el toque de decrepitud, pérdida y nostalgia que el resto de la película, en gran parte de su metraje, sí que nos transmite. Interesante.