Almodóvar revisitado por este que escribe.

A raíz de un libro, excelente, de Gloria Camarero sobre la relación del director manchego con Madrid, con sus escenarios, lugares, inmuebles, barrios, bares, lugares, vuelvo a ver esta película con mucho temor. El tiempo, décadas cambiantes, puede devastar cualquier película y son pocas las que aguantan, aún menos las que se elevan y cogen vuelo, como los buenos vinos.

En este caso me alegra decir que la película aguanta bastante bien el retrato de un Madrid que ya no existe, un Madrid ochentero, de Movida y libertad, sin complejos. La pregunta es si sería capaz alguien de filmar una película tan provocadora, una historia de un triángulo homosexual, con sexo sugerido y explícito en estos pacatos años que vivimos.

Si bien la producción es bastante pobre todavía, Almodóvar retrata colores, sabores, ambientes de la época con mucha claridad, un Madrid almodovariano, con un Eusebio Poncela y una Carmen Maura excelentes, rodeados de secundarios que en su día eran lo más, como Miguel Molina y Antonio Banderas, ambos a muy buen nivel.

Si bien la historia cojea algo en su parte de suspense, todo se perdona en una historia de deseo, de sexo, de amor, que supone un paso más en en universo cinematográfico del manchego, que poco a poco perfeccionará película a película.

Para los anales del cine español queda la escena del baño de manguera en la madrugada de Carmen Maura con su vestido rojizo ceñido en el calor estival nocturno de las tapias de Conde Duque.

Almodóvar fue un momento y aunque perdura en otras películas, este es el momento más estelar.