El maestro Walsh, capaz de tocar todos los géneros y de hacerlo con una maestría difícilmente repetible, tira de uno de sus actores preferidos, el Rey, el gran Gable, ya maduro, no en decadencia, porque siendo Clark Gable no se puede decaer nunca ante una cámara, pero si en retirada ya, del cine y de la vida, para contarnos una historia con muchos paralelismos con LA PELÍCULA por antonomasia que, veinte años antes, había batido todos los registros en Hoollywood.

Con una bellísima Yvonne de Carlo, ciertos paralelismos con IMITACIÓN A LA VIDA, de otro gran maestro del melodrama, nos presenta todo un dramón en el que se mezcla la aventura, la reflexión sobre el racismo (ciertamente novedosa en aquellos tiempos), un technicolor rabioso que va muy bien con la historia, y una cierta pulsión sexual, muy evidente y muy osada para aquellos años.

Si bien no hablamos, ni por medios ni por resultados, de LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, Walsh es capaz de competir con cierta dignidad desde una película mucho más pequeña pero con momentos dramáticos verdaderamente notables, guiando al espectador por una historia muy atrevida para la época, con un ritmo trepidante y una forma narrativa en la que los sobreentendidos y las insinuaciones hacen que el espectador se percate de todo y se sienta importante, ya que se le trata con respeto, a él y a su inteligencia.

La película resulta tan atrevida y avanzada a su tiempo que nos permite ver negros malos, blancos buenos, soldados yanquis malvados, hombres de honor canallas y simpáticos personajes con pasados turbios y truculentos, todo mezclado con una historia de amores entre blancos y negros novedosa y audaz para la época.

Y todo, increíblemente, enmarcado en un rodaje de estudio, de interiores, con pocos medios para los que una producción así parece pedir.

Chapeau ¡¡!!