El cine japonés, como todo el cine asiático en general, adolece, desde el punto de vista de un espectador occidental, de la falta de sobriedad en la interpretación de los actores y en la forma de contar historias. Ahora que PARÁSITOS ha ganado el Oscar y que parece que este cine no es solo para exquisitos cinéfilos, merece la pena darse una vuelta por cines como el japonés, aunque esta no sea la mejor muestra de ese cine.

La película tiene una vertiente histórica que es la que más interesa, la breve época en que Manchuria fue considerada una nación, la disputa de este territorio entre chinos, japoneses e incluso rusos. La guerra, la odisea familiar del cocinero protagonista. Mejor en la narración de la época de los años 30 que de los que suceden en la actualidad en la que se narra la película.

Adolece de cierto dramatismo pastelero, con apelaciones al sentimentalismo más vulgar que quizás funcionen mejor en la cultura japonesa. Los actores, como casi todos los asiáticos, son excesivos, redundan en la interpretación con gestos y ademanes poco naturales. La historia en sí se hace larga y el interés de la trama que tiene, casi un thriller, en busca de un recetario fabuloso perdido, no acaba de enganchar.

Una película prescindible, me temo.