Otra vez lo ha vuelto a hacer el genio del cine independiente finlandés. Un europeista convencido, trágicamente pesimista, Aki nos regala una historia impregnada de tristeza desde su secuencia inicial hasta el final que, al menos, deja un resquicio abierto a la esperanza.

Todo es cutre y sórdido en ese Helsinki que nos muestra el director, los personajes son estoicos, apenas se expresan y cuando lo hacen su economía de medios es tan grande que bastaría con sus gestos para poder continuar siguiendo la historia.

Soledad, fragilidad, mala suerte, vidas sin futuro, hojas caídas de un árbol que no florecerá quizás ya ni cuando llegue la primavera. Todo eso y mucho más nos cuenta esta película de perdedores en unos ochenta minutos que demuestran que no hacen falta tres horas para contar una vida. O varias, como sucede aquí.

Es una película simple y tan compleja que podrá seguirse desde cualquier parte del mundo porque la historia es universal y, por desgracia, recurrente. Magnífica la pareja protagonista, transmiten todo lo necesario con muy pocos diálogos, solo los necesarios.

Grande Kaurismäki. Y necesario en esta Europa sin valores.