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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
10
Western. Bélico George Custer (Errol Flynn) llega a la Academia de West Point lleno de arrogancia y vanidad. Aunque su carácter indisciplinado le ocasionará numerosos problemas con sus superiores, debido a la acuciante necesidad de oficiales para la Guerra de Secesión (1861-1865), es enviado al frente. Terminada la guerra, se casa con Beth (Olivia de Havilland), pero pronto le asignan un nuevo destino: la guerra contra los indios. Al frente del Séptimo ... [+]
8 de enero de 2019
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según la Academia, ponerse las botas significa «enriquecerse o lograr extraordinaria conveniencia» o «sacar gran utilidad o provecho de alguna empresa». Y sinceramente, eso es lo que yo hago con este tipo de cine sumamente artístico, equilibrado y consistente. La verdad, siento que salgo reforzado a nivel sentimental, intelectual y vivencial cada vez que me topo con una película de estas características y de semejante calibre. No sólo me sirve para apreciar el incalculable valor cinematográfico que poseen este tipo de obras, sino que directamente me dejan con una sonrisa bobalicona en la cara para el resto del día.

Películas míticas y monumentales como «Murieron con las botas puestas» no necesitan, desde luego, ninguna reivindicación desde esta tribuna, pero voy a practicar una pequeña defensa en vista de algunos de los comentarios que he podido leer. La verdad es que los paralelismos o divergencias históricas entre el George Armstrong Custer real y el que interpreta Errol Flynn en la película me interesan lo justo. La función principal del cine no es plasmar la realidad en la pantalla sino, justamente, crear una realidad paralela que durante un buen puñado de minutos nos abstraiga de aquella (la mayoría de las veces menos agradable). Por otro lado, veo con estupor cómo se acusa a directores como Raoul Walsh (y con él podría incluir a John Ford, William Wyler, Michael Curtiz y algunos más) de ser meros fabricantes de chorizos, simples mercenarios a las órdenes de los grandes estudios. Se suele decir de estas películas que «eran encargos», y que muchos de estos cineastas «se vendían a las imposiciones ultraconservadoras de los productores» (especialmente en su afán por crear héroes americanos modélicos, como bien puede ser el Custer ficticio que vemos en este film). Me parece que en este sentido se pierde algo de perspectiva. Lo que ocurre es que eran cineastas inconmensurables y de una versatilidad impresionante. Su talento era tan grande que podían ajustarlo a las necesidades de un gran estudio y aun así ofrecer películas que no están desprovistas de su sello fílmico ni de los mimbres que componen una excelente narración cinematográfica. Eran directores todoterreno para quienes la construcción de la historia era prácticamente una religión, algo que estaba por encima de sus ideologías o de sus veleidades como creadores. Eran artesanos, y muchas de sus películas resultan, por consiguiente, maravillosas piezas de artesanía.

Uno de los aspectos que más me fascina de «Murieron con las botas puestas» es el prodigioso equilibrio narrativo que mantiene durante los ciento treinta y tres minutos de proyección. La historia no decae en ningún momento, y Walsh muestra una habilidad asombrosa para intercalar secuencias de acción y aventura con encuentros intimistas en base a diálogos que son oro puro. Los momentos de conquista del héroe, apelando al más puro sentido del romanticismo discursivo, resultan emotivos y apasionantes, muy auténticos debido a la impresionante química que se desprende entre los dos intérpretes (Flynn, enorme; De Havilland, guapísima y con los sentimientos a flor de piel). A la hora de dibujar el retrato del héroe el guion no se olvida de señalar su condición de alcohólico y de cadete problemático y poco disciplinado, componiendo una imagen compleja y sumamente atrayente del personaje. Otro de los aciertos más importantes de la cinta me parece la inclusión de ciertos momentos de humor que son seña de identidad del cine de aquella época: la llegada del protagonista a West Point, el almuerzo con el general o la confusión que le convierte a él mismo en general resultan momentos deliciosos que calibran la temperatura de la película y la hacen desplazarse entre el drama, el Western, el cine épico y la comedia clásica con prodigiosa armonía. Todos estos elementos, perfectamente yuxtapuestos, componen una película mítica y conmovedora.

Cine para ver libre de prejuicios y con respeto y devoción. Cine para disfrutar y deleitarse con el desarrollo de una historia estupenda, un guion magnífico, una banda sonora épica y unas interpretaciones inalcanzables.

Cine con mayúsculas.
Cine para ponerse las botas.
Arsenevich
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