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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
10
Intriga Debido a un malentendido, a Roger O. Thornhill, un ejecutivo del mundo de la publicidad, unos espías lo confunden con un agente del gobierno llamado George Kaplan. Secuestrado por tres individuos y llevado a una mansión en la que es interrogado, consigue huir antes de que lo maten. Pero cuando al día siguiente regresa a la casa acompañado de la policía, le espera una sorpresa. (FILMAFFINITY)
7 de enero de 2019
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy posiblemente no se trate de la mejor película de Alfred Hitchcock, pero si un ser de otro planeta nos visitara y nos preguntara quién es ese director al que todo el mundo idolatra o, directamente, si nos interrogara acerca de qué es esa cosa llamada «cine» y que tanto nos apasiona, creo que aposentarlo en una buena butaca y ofrecerle un pase de «Con la muerte en los talones» sería una forma harto cabal de responder satisfactoriamente a ambos interrogantes. Porque «Con la muerte en los talones» no sólo es cine en estado puro, sino que además contiene todos aquellos elementos que componen el canon básico y primordial del estilo hitchcockiano. Tenemos a un falso culpable (primorosamente enfundado en la piel del mejor actor posible), un villano hierático y tan elegante como el propio héroe, una madre un tanto peculiar, una rubia gélida y enigmática y el McGuffin más ríspido y aparatoso que te puedas tragar. El resultado de esta asombrosa amalgama de elementos no es sino la materia con la que se fabrican los sueños; es decir: la quintaescencia de lo que conocemos como arte cinematográfico.

Tras rodar el año anterior «Vértigo», su obra maestra definitiva, Hitchcock se entregó a la tarea de regalar a los espectadores una gigantesca broma en forma de película, consiguiendo retroalimentar los resortes de la comedia y el cine de espionaje y elaborando una cinta que resulta ser una parodia de sí misma. Entreteje un ramillete de situaciones a cuál más absurda, pero en la articulación argumental del film encontramos una narración portentosa y sumamente equilibrada. A raíz de múltiples juegos de confusiones y malos entendidos, Hitchcock sumerge al héroe en un torbellino sin fin de correrías, asesinatos, persecuciones y sainetes de los cuales, gracias al milagro del llamado cine-espectáculo, siempre escapa por los pelos. Como de costumbre, estampa en el álbum de los mitos unas cuantas secuencias, entre ellas la celebérrima cacería de la avioneta fumigadora en ese campo yermo y desolado en el que no hay nada que fumigar, escena rodada con una maestría inalcanzable. Se vale para redondear el producto de otra banda sonora magistral de Hermann y de un guion, en este caso de Lehman, impecable en su discurso y en la inserción de un buen manojo de chascarrillos muy inteligentes.

Personalmente lo que más me cautiva de «Con la muerte en los talones», más allá de su milimétrica perfección técnica, es la sensación de estar viviendo una ilusión, una especie de carrusel o rueda loca en la que cada situación parece no sólo contener un importante valor lúdico intrínseco, sino ser la génesis para nuevas peripecias desopilantes. Si la espiral era la forma conceptual en «Vértigo», a mí este film me resulta circular, como si el director hubiera organizado un espectáculo de forma tal que siempre parezca un festín, y que este, además, resulte perpetuo. Uno, como espectador embelesado, acaba deseando que las luces no se apaguen, y que toda esta magia no se termine nunca.
Arsenevich
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