A los coetáneos de Julie Delpy un ejercicio de nostalgia como el que propone en su nueva película siempre nos resulta agradable, como volver a mirar un viejo álbum de fotos recuperando sensaciones que creíamos perdidas. Si además todo ello envuelve la historia de una reunión familiar en la que no hay ni un solo personaje falto de miga comprobaremos que estamos ante una película deliciosa. Porque una delicia es precisamente volver a disfrutar de peinados, vestidos, trajes de baño, complementos y canciones que formaron parte de nuestra infancia/adolescencia así como revivir situaciones por las que todos hemos pasado alguna vez en la vida. Delpy lo aborda todo sabiendo que de entrada tiene mucho ganado en este aspecto pero ello no provoca que descuide otros aspectos del film. Así pues, sin dejar que el tono de comedia se le vaya de las manos, teje un puñado de secuencias llenas de chispeantes diálogos en la que vamos descubriendo las relaciones, no siempre fáciles, entre los distintos miembros de la familia. Pero lo más importante es que Delpy recupera el espíritu de unas películas que ya no se estilan y demuestra que sin inventar nada, filmando con sencillez y sinceridad se pueden despertar las más profundas emociones para volver a disfrutar de una película como con un juguete pasado de moda.

Lo mejor: el fidedigno retrato de la época.

Lo peor: el personaje del exsoldado Roger chirría un poco más de la cuenta.