Si valoramos Blade Runner 2049 por su aparato visual, su consideración es casi la de una obra de arte. La belleza y verosimilitud del mundo creado por Villeneuve y el diseñador de producción Dennis Gassner es apabullante, va más allá del espectáculo, es de una plasticidad pictórica que te sobrecoge.

Si la valoramos como artificio narrativo, resulta algo lenta, fría, perfecta como un androide que imita la vida, pero que carece de su calidez. Aun así, su premisa es un hallazgo que conecta bien con la película original, y su desarrollo, apoyado en la estructura simple y eficaz de los policiales que te llevan de A a B de manos del investigador, no se desploma en ningún momento.

Me niego a compararla con su predecesora porque Denis Villeneuve tampoco lo ha hecho. El canadiense ha tomado el mundo concebido por Ridley Scott y lo ha expandido para contar su propia historia, no para remedar el clásico, y eso ha sido un gran acierto. Me temía un blockbuster y me he encontrado con un film que roza la condición de clásico. Demos gracias a Villeneuve.