Hay gente que vive de matar a otros, y por ello son llamados asesinos.
Hasta los asesinos son padres.
Hasta los asesinos tienen familias.
Hasta los asesinos tienen hijos y pueden quererlos por encima de todas las cosas.
Y también los asesinos pueden perder sus familias a manos de otros asesinos como ellos, capaces incluso de impostar una figura paternal.
Cuando un asesino como Michael Sullivan se esfuerza por proteger a su único retoño superviviente del oscuro mundo que les ha dado de comer hasta ese momento.
¿Puede acaso redimirse un hombre través de su hijo? ¿Puede existir el perdon para él?
Esas son las preguntas que me hago tras visionar esta película de impecable factura, uno de los mayores exponentes del cine negro moderno.
Con un reparto excepcional a la cabeza del cual destaca la actuación de ese coloso del celuloide llamado Paul Newman que vuelve a dar una lección magistral de cine con silencios que transmiten más que mil frases de guión inspirado.
Mendes, por su parte, vuelve a reivindicarse de nuevo como el gran profesional del séptimo arte que es, aportando un trabajo de dirección elegante y sobrio.
Por último, pero no por ello menos importante, la excepcional BSO compuesta por Thomas Newman para la ocasión en su línea habitual, sencilla y emotiva.
En definitiva, una gran película que regala momentos de gran cine y que merece un hueco en la estantería de todo cinéfilo que guste del cine negro bien hecho.