La huella es un notable ejercicio de simbiosis entre uno de los artes más arcaicos y uno de los más frescos. Tras una breve y excéntrica presentación, que me recuerda vagamente al desenlace de El resplandor, la broma y el divertimento van tomando cuerpo de la mano de Laurence Olivier, quien desconcierta al amigo Michael Caine restándole gradualmente, su presencia de ánimo. En el desenlace de la primera parte de la obra, Mankiewicz engaña al espectador de manera, en mi opinión, poco honorable.

La segunda parte es opuesta a la primera y los hilos cambian de manos. La crueldad asoma sobre el rostro de Caine y la humillación y la prisa aparecen en la faz de Olivier. Uno dirige y el otro se subordina. Todo muy bien expuesto, muy bien filmado, pero muy mal terminado. Para mí, el resultado final no obedece a lógica alguna, por mucho que intenten explicármelo una y otra vez. Creo sinceramente, que tal coloso argumental debería de haber finalizado de una manera distinta. ¿Cual? Bueno, sorpréndanme caballeros...