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España España · bilbao
Voto de ernesto:
7
Drama. Comedia Caden Cotard (Philip Seymour Hoffman) es un director teatral que proyecta representar una obra utilizando una réplica de Nueva York, de tamaño natural, dentro de un almacén. (FILMAFFINITY)
4 de noviembre de 2009
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es muy difícil enfrentarse a una película como Synecdoche, New York. Y más difícil todavía es intentar decir algo coherente sobre ella. Pero antes de nada solo señalar que esta película se presento en el Festival de Cannes en mayo de 2008, que se estrenó comercialmente en Estados Unidos más o menos hace un año, y que por aquí, en cambio sigue estando completamente inédita. Con la de truños que se estrenan semana tras semana. Y dicho esto vamos al asunto.
Charlie Kaufman es seguramente el guionista más rebuscadamente original del actual cine americano. Su guión más sencillo y accesible, por llamarlo de alguna forma, posiblemente sea el de Confesiones de una mente peligrosa, aunque sus mayores elogios se los ha llevado con las enrevesadas pero casi brillantes Como ser John Malkovich, Olvídate de mi y Adaptation. Así que con este panorama es fácil (o todo lo contrario) imaginarse por donde pueden ir los tiros en Synecdoche, New York, su ópera prima como director.
La historia comienza con un hombre al borde de la desesperación. Obsesionado con su salud, vive pensando que se está constantemente muriendo. Además lo que aparenta ser una agradable vida familiar no es más que un matrimonio fracasado y sin ilusión. El único campo en el que triunfa, su trabajo como director de teatro, no consigue sacarle de ese lamentable estado, que no hace sino empeorar cuando es definitivamente abandonado por su mujer e hija. Con el paso del tiempo solo encuentra una vía para salir del bache, que es dirigir la obra de teatro definitiva. Una obra mastodóntica en la que se reflejarán todos y cada uno de los minutos de su vida. Hasta este momento Charlie Kaufman nos cuenta una historia oscura en la que la desesperación del protagonista queda perfectamente reflejada en la pantalla. Pero es a partir de este momento cuando asistimos al más difícil todavía, y en un enrevesado, complejo y a ratos fascinante juego de espejos asistimos a la representación de una vida. Personas reales, actores que interpretan a personas reales que a su vez también son personas reales que forman parte de esa vida, hechos reales interpretados en escena, interpretaciones que acaban convertidas en sucesos reales. El juego es tan absorbente como confuso. Pero aun así, la película está llena de momentos, que aunque difíciles de ubicar en el conjunto, aportan grandes dosis de verdad y emoción sobre esas cosas que uno teme en la vida, en este caso la del protagonista, no solo de la película sino de la representación más grande que uno pueda imaginar.
Muchos apuntes y momentos de gran cine salpican una película tan brillante como hermética y difícil. Gran parte de su mérito viene del gran trabajo del protagonista Phillip Seymour Hoffman en un trabajo soberbio, y de un elenco femenino de cortar la respiración, en el que sobresalen las actrices Catherine Keener, Michelle Williams, y especialmente Samantha Morton.
ernesto
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