Ayer me compré una bicicleta y hoy me he pegado dos hostias con ella que me han dejado el hombro y el brazo izquierdo como la nariz de La Motta, pero cada vez que pienso en esta película, cualquier llaga es una marca de carmín.

Una película excesiva, sin duda, pero no recuerdo una sensación de sobrecogimiento en el cine en bastante tiempo. Sospecho que una revisión, porque un día trataré de revisarla, quizá esfume el factor sorpresa y realce sus defectos, o quizá no, pero en fin, defiendo este Anticristo.

Lo comentaba tras la película, y antes de comprarme la bici; para mi gusto este artefacto misógino de Von Trier es una especie de reverso tenebroso de lo que fue su cima creativa, Rompiendo Las Olas.

Allí enalteció a la mujer y sus demonios, Watson era una especie de Jesucristo, linchada y azotada.

Bien, aquí, y con una carga misógina que intuyo que hará las delicias de Honey Bee y de Isabel Coixet, la mujer es Satanás, directamente.

En fin, ya digo, quizá los simbolismos puedan cargar, pero a mi entender todas las reacciones, los complejos y las aberraciones que experimenta la pareja protagonistas tienen un punto de partida que los puede llegar a justificar en la trama, exageraciones y morbos innecesarios aparte, y obviamente cuestiones morales aparte.

Y ambos intérpretes están soberbios, claro.

Wakam, te cebaste, Burt Lancaster.