Cuando dos años después de “El padrino” se estrenó esta segunda parte fue comentario generalizado que, al contrario de lo habitual, la continuación no tenía nada que envidiar al original, y es cierto, pero por una razón: en realidad, el material es el mismo (la novela de Mario Puzo), el guion adaptado es de los mismos (Coppola/Puzo), como lo es el director, el equipo técnico y el artístico (cambiando a James Caan por Robert de Niro) con lo que deberían verse ambas partes como una sola película (hoy sería una serie) de unas seis horas.

Volvió a ser un éxito increíble de crítica y público, y hasta ganó más Oscars que la anterior (hasta seis, incluyendo esta vez sí dirección y música, además de actor secundario para Robert de Niro). Ciertamente, mostraba todas las cualidades de su predecesora, y solventaba perfectamente el continuo salto temporal entre las dos épocas (el pasado y el presente de la familia) resultando ambas igual de atractivas e interesantes, con lo que adquirió igual que aquella el merecido título de “clásico instantáneo”.