Pocas películas en la Historia del Cine han rozado, o incluso logrado, la perfección. "Objetivo: la casa blanca" es una de estas últimas. El siempre espitoso Antoine Fuqua fue capaz de plasmar en pantalla la Americanada Suprema. Todos y cada uno de los estereotipos más salvajes e hiperbólicos de los sagrados valores de los Estados Unidos que lo elevan a la categoría de pueblo elegido (por una entidad superior o por ellos mismos) aparecen en un guión que difícilmente podrá ser superado en el futuro por cualquier otra película de este subgénero, el de la americanada, del que no hemos dejado de disfrutar desde que se inventó el cinematógrafo.

Y es por eso mismo, por la increible competencia a la que se ha tenido que enfrentar "Objetivo: la casa blanca" de centenares de títulos que nos glosaron con anterioridad la superioridad moral, religiosa, intelectual y militar de los Estados Unidos de America, que lograr destacar por encima de todas ellas la convierten automáticamente, no sólamente en un clásico, sino en una obra maestra de estudio obligado por futuros directores de cine de acción.

"Objetivo: la Casa Blanca" tiene absolutamente todo lo que se le puede pedir a un film de estas características. Un héroe humano (Mike Banning, interpretado por Gerard Butler) con flaquezas en su vida privada pero totalmente inagotable, tenaz e imbatible a la hora de enfrentarse a cualquier amenaza extranjera. Un presidente norteamericano y su equipo de confianza dispuestos a dar hasta la última gota de su sangre por su país. Unos villanos amorales y crueles, casi siempre morenitos y con barba o de rasgos orientales, a los que Banning responderá con una crueldad y violencia aún mayor, eso sí, siempre justificada como último e inevitable recurso en la defensa de los Estados Unidos y del mundo libre.

En definitiva, una obra maestra con mayúsculas del cine panfletario e imperialista. Si se eleva a los altares la obra de Leni Riefenstahl, no habrá mayor injusticia que no situar a Fuqua en ese mismo Olimpo fílmico.