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6
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Drama
Dos monjes viven en un monasterio aislado. Bajo la atenta mirada del más viejo, el más joven ve pasar las estaciones de la vida. Primavera: un niño monje se ríe de una rana que intenta librarse de una piedra que tiene en la espalda. Verano: un monje adolescente conoce el amor. Otoño: un monje de treinta años intenta hacer algo que va contra su naturaleza. Invierno: el monje está próximo a la vejez y alguien llega al monasterio. ... [+]
8 de marzo de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una película deslumbrante en sus cualidades audiovisuales; vamos, en su valor intrínsecamente cinematográfico. Además, su estructura construyendo un paralelismo entre el desarrollo humano y las estaciones del año con un círculo cerrado convence e hipnotiza.
Pero si vamos más allá en esta fábula moral estéticamente impoluta, comienzan a aflorar algunas reflexiones en mí que entiendo no gocen con el beneplácito de la mayoría, pero que es de ley remarcar. Kim Ki-duk erige un canto religioso elevado, propagandístico a más no poder escondido entre la evocación natural.
Toda obra artística, lógicamente no está exenta de ideología, pero aquí es rabioso el canto a una vida de retiro, de penitencia, de ausencia del placer y donde, además, quien elige vivir, experimentar o equivocarse, lo paga. El castigo como sublimación absoluta y la renuncia como elogio de la existencia.
Claro que como esto te lo hace la religión budista, con lo exótica y "cool" que nos parece a los occidentales, todo vale, está bien o nos no queremos dar cuenta. Evidentemente si naciera fruto de la herencia pesada y castrante de "nuestro" catolicismo o del demonio musulmán, otro gallo cantaría, le caerían críticas por todos lados.
Pero no, esto sólo es un grácil cuentecillo. Ya.
Pero si vamos más allá en esta fábula moral estéticamente impoluta, comienzan a aflorar algunas reflexiones en mí que entiendo no gocen con el beneplácito de la mayoría, pero que es de ley remarcar. Kim Ki-duk erige un canto religioso elevado, propagandístico a más no poder escondido entre la evocación natural.
Toda obra artística, lógicamente no está exenta de ideología, pero aquí es rabioso el canto a una vida de retiro, de penitencia, de ausencia del placer y donde, además, quien elige vivir, experimentar o equivocarse, lo paga. El castigo como sublimación absoluta y la renuncia como elogio de la existencia.
Claro que como esto te lo hace la religión budista, con lo exótica y "cool" que nos parece a los occidentales, todo vale, está bien o nos no queremos dar cuenta. Evidentemente si naciera fruto de la herencia pesada y castrante de "nuestro" catolicismo o del demonio musulmán, otro gallo cantaría, le caerían críticas por todos lados.
Pero no, esto sólo es un grácil cuentecillo. Ya.