Si tuviéramos que hacer un póquer de ases con los mejores directores de cine de la historia, Billy Wilder estaría sin duda entre ellos. Yo incluiría a Hawks y a Ford y el cuarto ya seria mucho más discutible. En esta corrosiva y agridulce comedia Wilder demuestra lo que es capaz de hacer, como se cuenta una historia con ritmo, con humor y con mensaje. Es como una metáfora de la vida, más vigente aún hoy y han pasado ya más de cuarenta años, todo vale para conseguir dinero, para ser relevante, cuando la gente intuye que puede sacar algo se lanzan como buitres, no importa lo que tengas que hacer ni a quien tengas que destruir, lo que cuenta es el objetivo.
Matthau da todo un recital, le dieron el Oscar al mejor actor secundario, bien podrían haberle dado el de protagonista, ya que a parte de merecérselo es el verdadero protagonista, se adueña de la película desde su primera aparición y no la suelta ya hasta el final, la verdad es que el personaje es un regalo, egoísta, cruel, despiadado, con una capacidad de improvisación increíble y un tono despreciativo o manipulador según convenga. Los demás realizan también un gran trabajo, pero Matthau los eclipsa.
Wilder nos ha dejado obras maravillosas, sobre todo en la comedia, comedia acida a veces, también en el drama, aquí nos hace pasar dos horas extraordinarias, rodeado de algunos de sus colaboradores habituales, participando también en el guión y haciendo una labor de dirección, como siempre estupenda.