Que Orson Welles era un autentico monstruo del cine, creo que a estas alturas nadie lo duda. Que Rita Haywworth fue de las más bellas, sensuales y reputadas actrices y mujeres fatales del celuloide es también evidente. La historia de esta cinta, cine negro del verdadero, te atrapa y la tienes que ver de un tirón, los secundarios están en general de lujo. Tiene todos los ingredientes para ser una obra de arte, un guión brillante con algunos diálogos inspiradísimos que demuestran una vez mas la enorme lucidez de este hombre, casi todo lo hacia el y casi todo lo hacia bien. Estamos hablando de una muy buena película, pero creo que aún le falta algo para ser sublime y que en algunos aspectos está sobrevalorada. A pesar de la famosa escena de los espejos, a pesar del dialogo sobre los tiburones, quizás sea culpa mía, pero no ha conseguido hacerme sentir ese cosquilleo que otras veces percibí con total claridad.
Por aquel entonces Rita venia de hacer Gilda, su obra más conocida y que la elevo a la categoría de mito, quizás debido a que su relación con Welles ya estaba en un irremediable ocaso, tal vez porque un tipo con tanto talento como el, era difícil imaginarlo dando tortazos. Y eso que ella con una pícara sonrisa o una mirada maliciosa anulaba en un segundo la parte lógica que se supone tienen los hombres. Curiosa la naturaleza, con tantos recursos como tienen las personas para garantizar la supervivencia y que indefensos estamos ante un gesto o una insinuación, o puede ser que precisamente sea eso lo que garantiza la supervivencia.
El amor, la pasión pueden complicarnos la vida de una forma total, sin posibilidades de retroceder, pero si la vida no nos regalara esos momentos, aunque sean con cuentagotas, valdría la pena vegetar en este mundo. Los personajes de esta película no son desde luego conformistas, ni temen al riesgo, van a por todas y utilizan sus artimañas, sea una sonrisa, una mirada, o una pistola.