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Bélico. Aventuras
Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), un grupo de prisioneros británicos son obligados por los japoneses a construir un puente. Los oficiales, capitaneados por su flemático coronel, se opondrán a toda orden que viole la Convención de Ginebra sobre los derechos y las condiciones de vida de los prisioneros de guerra. (FILMAFFINITY)
6 de julio de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un batallón de soldados ingleses hace su entrada en un campo militar. El entorno es selvático, exótico. La tropa llega silbando una alegre marcha militar (la que acabará siendo icono de la película). Sin embargo el campo es del enemigo, y ellos los nuevos prisioneros. ¿A qué viene pues tanto silbar?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Aparte de la locura, lo único que permite a todo prisionero soportar su condición es la esperanza de dejar de serlo. Para esto último hay a su vez dos opciones: o huir o, menos habitual, reconvertir la situación (aún dentro de la prisión, que, en este caso, recordemos, es abierta). Nicholson, el coronel a cargo de la tropa inglesa, optará por lo segundo, olvidando de paso la guerra que le llevó allí; algo que tampoco parecerá tener demasiado en cuenta el mando japonés bajo el que han quedado sometidos.
Nicholson no cederá su dignidad humana ante el carcelero japonés, el coronel Saito. Su baza: que éste es a su vez prisionero de otras causas. Jugándola, no sin riesgo, conseguirá su propósito.
A cambio Nicholson y sus soldados construirán un puente para Saito.
A priori tender puentes es algo positivo; une dos partes antes separadas, facilita… ¿Qué puede tener de malo ayudar a construir uno? Además la tropa lo agradecerá, se sentirá útil. Y podrán negociar mejoras en el trato. Pero hay un personaje, alguien que quizás no silbaba al entrar, que anticipa dudas al respecto. Es el médico de la compañía, el mayor Clipton. Su pragmatismo recoge una reserva que posiblemente ya estaba instalándose en el espectador: ¿no perjudicará tal construcción a su coalición, proporcionando al enemigo una infraestructura que éste podría utilizar en su contra? ¿No sería mejor comportarse como prisioneros normales? Porque aunque en su pulso particular los coroneles Nicholson y Saito parecen haber olvidado que hay un mundo exterior al suyo, la realidad es que sus respectivos países siguen en la distancia planes ajenos a ellos. Con ello en mente, el mayor Clipton, sentado entre los restos de los árboles que han servido de pilares para la nueva obra, asistirá apartado a su inauguración. Y cuando ésta se torne en voladura acudirá y exclamará, claro: “Esto es una locura”.
¿Pero a qué se refiere Clipton más en concreto? Yo pienso que a varias cosas, aunque sobre todo a una: al dolor de ver destruido el noble simbolismo que todo puente encarna, y muertos a los que confiadamente a él se acogían. Un puente y un tren malogrados que son además paradigmas técnicos de la civilización que el mayor Clipton representa, por no mencionar las vidas humanas arruinadas de las que su profesión es estandarte de protección. El realismo de la escena (nada de maquetas), su brutal verosimilitud, apoyarían esta tesis.
Las guerras y las prisiones existen, y en ocasiones pueden superarse dentro de una convivencia respetuosa. Hasta que llega alguien que desde su despacho ha pensado que deben continuar, y te las recuerda.
Pd. El coronel inglés a veces se pasa tres pueblos de moderno.
http://realidadcomprensible.blogspot.com.es/2015/07/la-suegra.html
Nicholson no cederá su dignidad humana ante el carcelero japonés, el coronel Saito. Su baza: que éste es a su vez prisionero de otras causas. Jugándola, no sin riesgo, conseguirá su propósito.
A cambio Nicholson y sus soldados construirán un puente para Saito.
A priori tender puentes es algo positivo; une dos partes antes separadas, facilita… ¿Qué puede tener de malo ayudar a construir uno? Además la tropa lo agradecerá, se sentirá útil. Y podrán negociar mejoras en el trato. Pero hay un personaje, alguien que quizás no silbaba al entrar, que anticipa dudas al respecto. Es el médico de la compañía, el mayor Clipton. Su pragmatismo recoge una reserva que posiblemente ya estaba instalándose en el espectador: ¿no perjudicará tal construcción a su coalición, proporcionando al enemigo una infraestructura que éste podría utilizar en su contra? ¿No sería mejor comportarse como prisioneros normales? Porque aunque en su pulso particular los coroneles Nicholson y Saito parecen haber olvidado que hay un mundo exterior al suyo, la realidad es que sus respectivos países siguen en la distancia planes ajenos a ellos. Con ello en mente, el mayor Clipton, sentado entre los restos de los árboles que han servido de pilares para la nueva obra, asistirá apartado a su inauguración. Y cuando ésta se torne en voladura acudirá y exclamará, claro: “Esto es una locura”.
¿Pero a qué se refiere Clipton más en concreto? Yo pienso que a varias cosas, aunque sobre todo a una: al dolor de ver destruido el noble simbolismo que todo puente encarna, y muertos a los que confiadamente a él se acogían. Un puente y un tren malogrados que son además paradigmas técnicos de la civilización que el mayor Clipton representa, por no mencionar las vidas humanas arruinadas de las que su profesión es estandarte de protección. El realismo de la escena (nada de maquetas), su brutal verosimilitud, apoyarían esta tesis.
Las guerras y las prisiones existen, y en ocasiones pueden superarse dentro de una convivencia respetuosa. Hasta que llega alguien que desde su despacho ha pensado que deben continuar, y te las recuerda.
Pd. El coronel inglés a veces se pasa tres pueblos de moderno.
http://realidadcomprensible.blogspot.com.es/2015/07/la-suegra.html