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Voto de El Fauno:
9
6.8
32,155
Drama. Ciencia ficción
Justine (Kirsten Dunst) y su prometido Michael (Alexander Skarsgård) celebran su boda con una suntuosa fiesta en casa de su hermana (Charlotte Gainsbourg) y su cuñado (Kiefer Sutherland). Mientras tanto, el planeta Melancolía se dirige hacia la Tierra... (FILMAFFINITY)
29 de octubre de 2011
42 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace varios años Lars von Trier sufrió una fuerte depresión que le llevó a mantenerse alejado del cine justo después de realizar Manderlay, secuela directa de Dogville, y antes de meterse a dirigir y escribir Washington, el final de su pretendida trilogía americana, dejando inacabada la misma. Eso fue en 2005. Cuatro años después, y tras realizar una pequeña comedia titulada El jefe de todo esto, de factura mucho más humilde en comparación con la ambición creativa que había regido el resto de su filmografía anterior, llegamos a 2009.
Se estrena en Cannes una película largamente esperada por los conocedores de la obra del danés, Anticristo. Un filme encuadrado en el terror psicológico, únicamente con dos actores, un hombre y una mujer. La película genera una fuerte controversia, especialmente por lo gráfico de sus escenas más sangrientas y sexuales. Todo es demasiado extremo, demasiado turbador y efectista. La motivación de la obra era precisamente la depresión en su expresión más intensa, y lo que se buscaba transmitir, el temor profundamente irracional que ese estado de ánimo puede generar en una persona hacia cualquier cosa de la realidad que le rodea. Un sentimiento de fobia permanente, una película-terapia que el cineasta utilizó para descargar gran parte de los temores que venía arrastrando en los últimos años.
Llegamos así a pleno año 2011. Lars von Trier estrena Melancholia, y a pesar de las salidas de tono del cineasta, la película es bien recibida por la crítica, que la considera, en general, un trabajo digno de la filmografía de su director.
El filme constituye en sí mismo una prolongación del discurso iniciado en Anticristo, contado esta vez a través de una joven el mismo día en que contrae matrimonio y una estrella lejana, en realidad el planeta Melancholia, aparece en el cielo, aproximándose sin remedio a la Tierra.
Aquí se habla también de depresión y de tristeza, de los sentimientos de inseguridad y vacío tan marcados que dejan dentro de una persona. Donde Anticristo era un filme mucho más irracional, construido a base de impulsos viscerales puramente internos, Melancholia es una obra mucho más pausada, más pensada, más calmada, y en consecuencia, más racional y mejor estructurada. No vemos gritos, ni sangrientos desgarramientos de la carne, ni explicitas masturbaciones. El sentimiento de toda la obra es más sosegado, una evolución progresiva de la locura de su anterior película hacia la resignación y aceptación final que presenta en esta ocasión el personaje protagonista encarnado con una sobriedad milimétrica por Kirsten Dunst. De la misma forma que el sentimiento va madurando y poco a poco va desapareciendo conforme lo vamos aceptando en nosotros mismos, Melancholia se erige como la segunda fase del estado depresivo. Ese en el que empieza a ser aceptado por la persona que lo sufre, y pasa de los terrores irracionales que antes le dominaban al estado de melancolía y ligero vacío que los suceden.
continua en spoiler
Se estrena en Cannes una película largamente esperada por los conocedores de la obra del danés, Anticristo. Un filme encuadrado en el terror psicológico, únicamente con dos actores, un hombre y una mujer. La película genera una fuerte controversia, especialmente por lo gráfico de sus escenas más sangrientas y sexuales. Todo es demasiado extremo, demasiado turbador y efectista. La motivación de la obra era precisamente la depresión en su expresión más intensa, y lo que se buscaba transmitir, el temor profundamente irracional que ese estado de ánimo puede generar en una persona hacia cualquier cosa de la realidad que le rodea. Un sentimiento de fobia permanente, una película-terapia que el cineasta utilizó para descargar gran parte de los temores que venía arrastrando en los últimos años.
Llegamos así a pleno año 2011. Lars von Trier estrena Melancholia, y a pesar de las salidas de tono del cineasta, la película es bien recibida por la crítica, que la considera, en general, un trabajo digno de la filmografía de su director.
El filme constituye en sí mismo una prolongación del discurso iniciado en Anticristo, contado esta vez a través de una joven el mismo día en que contrae matrimonio y una estrella lejana, en realidad el planeta Melancholia, aparece en el cielo, aproximándose sin remedio a la Tierra.
Aquí se habla también de depresión y de tristeza, de los sentimientos de inseguridad y vacío tan marcados que dejan dentro de una persona. Donde Anticristo era un filme mucho más irracional, construido a base de impulsos viscerales puramente internos, Melancholia es una obra mucho más pausada, más pensada, más calmada, y en consecuencia, más racional y mejor estructurada. No vemos gritos, ni sangrientos desgarramientos de la carne, ni explicitas masturbaciones. El sentimiento de toda la obra es más sosegado, una evolución progresiva de la locura de su anterior película hacia la resignación y aceptación final que presenta en esta ocasión el personaje protagonista encarnado con una sobriedad milimétrica por Kirsten Dunst. De la misma forma que el sentimiento va madurando y poco a poco va desapareciendo conforme lo vamos aceptando en nosotros mismos, Melancholia se erige como la segunda fase del estado depresivo. Ese en el que empieza a ser aceptado por la persona que lo sufre, y pasa de los terrores irracionales que antes le dominaban al estado de melancolía y ligero vacío que los suceden.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La particularidad reside en que la continuación de este discurso se ha visto influenciado aquí por un pensamiento que en los últimos tiempos ha empezado a ganar protagonismo en los intereses de los creadores: el profetizado fin del mundo en el próximo 2012. No es casualidad que en el mismo periodo hayan coincidido en la cartelera varios filmes que sitúan al ser humano en relación con el Universo y el lugar que ocupa en el cosmos, no limitándose únicamente a temas enteramente terrenales y humanos, sino de un alcance más trascendental. Ejemplos particulares los tenemos en El Árbol de la Vida de Terrence Malick, Otra Tierra de Mike Cahill, o 4:44, Last Day on Earth de Abel Ferrara. Es una sensibilidad que se ha empezado a ver reflejada en el cine. De esta forma, en Melancholia Lars von Trier no ha sido menos, y ha combinado su discurso sobre la depresión con un plano mucho más “cósmico” que beneficia a su película, dotándola de un alcance más universal respecto a su temática.
De cualquier forma no son conexiones que se limiten al contenido. A nivel formal las similitudes entre la anterior película del director y la que se acaba de estrenar son evidentes. El propio inicio lo ejemplifica. La imagen de apertura es en esencia la misma: un primer plano de su actriz principal, el personaje que sufrirá el estado depresivo, abriendo un breve prologo que será contado a través de cámara hiperlenta y con una pieza musical clásica subrayándolo, en este caso, el preludio de Wagner a la obra Tristan e Isolda. Acto seguido: el título del filme y su director exactamente con el mismo estilo gráfico que en Anticristo.
Hay un cuidado formal, una composición de la imagen que recuerda poderosamente a la anterior obra del cineasta, a pesar incluso de que sus directores de fotografía sean diferentes. Se cuida al máximo la presentación y el desarrollo de las escenas, la elección de los colores, muy marcados en la primera parte por el naranja intenso de las luces, y en la segunda, por el azul progresivamente más fuerte del planeta Melancholia, un color muy identificado siempre con la tristeza, que aquí va adquiriendo una presencia cada vez mayor, hasta llegar a un climax de una aparente sencillez muy bien planificada y en el que unas pequeñas muestras de ternura acaban por derribar toda la aparente frialdad que el film ha ido trabajando a lo largo de su metraje. Al final, la melancolía es un sentimiento que puede caer sobre cualquiera. Afectando con más fuerza a quién más fuerte se muestra. Todo gira alrededor de la tristeza, de lo que provoca; un sentimiento infinito que no se cura ni con un banquete, ni mucho menos con la celebración de un matrimonio, aunque siempre queda el consuelo de agarrar la mano de alguien querido y dejar que el planeta de la melancolía acabe pasando de largo.
De cualquier forma no son conexiones que se limiten al contenido. A nivel formal las similitudes entre la anterior película del director y la que se acaba de estrenar son evidentes. El propio inicio lo ejemplifica. La imagen de apertura es en esencia la misma: un primer plano de su actriz principal, el personaje que sufrirá el estado depresivo, abriendo un breve prologo que será contado a través de cámara hiperlenta y con una pieza musical clásica subrayándolo, en este caso, el preludio de Wagner a la obra Tristan e Isolda. Acto seguido: el título del filme y su director exactamente con el mismo estilo gráfico que en Anticristo.
Hay un cuidado formal, una composición de la imagen que recuerda poderosamente a la anterior obra del cineasta, a pesar incluso de que sus directores de fotografía sean diferentes. Se cuida al máximo la presentación y el desarrollo de las escenas, la elección de los colores, muy marcados en la primera parte por el naranja intenso de las luces, y en la segunda, por el azul progresivamente más fuerte del planeta Melancholia, un color muy identificado siempre con la tristeza, que aquí va adquiriendo una presencia cada vez mayor, hasta llegar a un climax de una aparente sencillez muy bien planificada y en el que unas pequeñas muestras de ternura acaban por derribar toda la aparente frialdad que el film ha ido trabajando a lo largo de su metraje. Al final, la melancolía es un sentimiento que puede caer sobre cualquiera. Afectando con más fuerza a quién más fuerte se muestra. Todo gira alrededor de la tristeza, de lo que provoca; un sentimiento infinito que no se cura ni con un banquete, ni mucho menos con la celebración de un matrimonio, aunque siempre queda el consuelo de agarrar la mano de alguien querido y dejar que el planeta de la melancolía acabe pasando de largo.