Si 12 planos secuencias contados cronológicamente en orden inverso no sirven para calificar la cinta de obra maestra, al menos sí lo hacen para enseñar (y tómese el término en sus acepciones pedagógicas) lo que con una historia de todos los días se puede transmitir por el noble y amado medio cinematográfico.

Ya desde un principio, los créditos y primeros planos nos advierten de qué va la cosa, de cómo la espiral, en este caso de violencia hace que a uno le asalten los más bajos instintos y desee llegar al centro, al final de ella, donde no hay nada salvo el camino recorrido.

Noé hace un trabajo soberbio, que sobrepasa lo permisible para no caer en la pedantería artificiosa a la que se presta, pero que se justifica sobradamente por la crudeza de lo que nos cuenta.

Tal es así que, justo cuando uno desea que la cámara de vueltas para poder perdernos algunos momentos de metraje, el plano fijo nos obliga a ser observadores de 10 minutos desgarradores, donde lo que da vueltas es nuestro estómago, cuyo único alivio es ver la pequeña posibilidad de que no se va a consumar lo que ya hemos empezado a aborrecer.

Magnífico tratamiento de la fotografía de fin a principio, de caos a orden, de fealdad a belleza... de sombras a color, donde la música le acompaña fielmente para que el resultado tenga una coherencia difícil de sospechar al principio.

Y buen trabajo sobre los actores, mostrados con la naturalidad que requieren las conversacines de las que somos partícipes. Sólo los espectadores estamos en todas y somos conscientes de la verdad absoluta que les rodea.

Estupenda cinta con tintes de Nolan, Kubrick y Figgis.