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España España · Barcelona
Voto de Rómulo:
7
Drama Por primera vez en su vida, víctima de problemas cardiacos, Daniel Blake, carpintero inglés de 59 años, se ve obligado a acudir a la asistencia social. Sin embargo, a pesar de que el médico le ha prohibido trabajar, la administración le obliga a buscar un empleo si no desea recibir una sanción. En la oficina de empleo, Daniel se cruza con Katie, una madre soltera con dos niños. Prisioneros de la maraña administrativa actual de Gran ... [+]
11 de noviembre de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake)

Desde los orígenes del cine han existido directores fieles a sus ideas, seriamente comprometidos con sus principios, atentos a la realidad social de su tiempo y listos para denunciar las injusticias, la desigualdad y el cáncer que siempre crea metástasis en el organismo de las clases más débiles y desfavorecidas. Aquellos seres marginados y abruptamente despojados de sus derechos más fundamentales. Son los perdedores, las infelices víctimas sacrificadas en aras de una sociedad enferma de nepotismo, perversidad y egoismo.
No puedo olvidar, en los albores del cine, cuando la criatura todavía gateaba y aún no había aprendido a hablar, la sobrecogedora "El acorazado Potemkin" de Eisenstein, ni a Chaplin en "El gran dictador", o a Buñuel en su drámatica "Los olvidados"; y conservo en la memoria de mi juventud "Z" y "Missing" del inolvidable ateniense Costa-Gavras que despertó en mí la conciencia de una realidad social tan trágica como insospechada. Y más recientemente, José Luis Cuerda nos hizo vibrar de emoción al tocar las cuerdas más sensibles de nuestro corazón con la entrañable pero a la vez durísima "La lengua de las mariposas".
Pero hoy quería referirme a la última película que ha realizado otro cineasta imprescindible en mi bitácora personal. Un hombre de una honestidad a prueba de cañonazos, británico, con 80 años cumplidos, lúcido y eternamente comprometido en la defensa de los rechazados y humillados por el sistema: Ken Loach. Quién no recuerda sus emotivas y extraordinarias "Lloviendo piedras", "Tierra y libertad", "El viento que agita la cebada" o, más recientemente, "Jimmy's Hall" la cual tuve el placer de reseñar aquí. Nos acaba de llegar su último trabajo que ha merecido nada menos que la Palma de Oro en Cannes. "Yo, Daniel Blake" es una película de muy bajo presupuesto y sin embargo Loach ejecuta una bella sinfonía de inmensa ternura. Su cine es tan reconocible como sus personajes, capaz de trasmitirnos verazmente la triste condición en la que muchos seres humanos sobreviven, no en zonas marcadas como tercermundistas, sino en los suburbios de las grandes urbes de nuestra civilización del bienestar.
Esta historia esta situada en un barrio obrero de la ciudad de Newcastle en la orgullosa Inglaterra, al noroeste de Londres y muy cerca de la frontera con Gales. Daniel Blake es un ciudadano ejemplar, humilde, íntegro y trabajador que en el atardecer de su vida y por una serie de desgraciadas circunstancias, se ve atrapado en la intrincada red burocrática de un Estado cicatero que utiliza todos los recursos a su alcance para hacer inaccesibles sus derechos a los ciudadanos. La razón es obvia, porque todas estas trabas y dificultades tienen como finalidad minar su resistencia hasta hundirlos en la más profunda desesperación para que, en su gran mayoría, terminen abandonando sus justas demandas. Y claro, esta perversa y calculada estrategia ahorra mucho dinero a las arcas del Gobierno a costa siempre de los más necesitados y con menor capacidad de reacción.
Es tal la poderosa capacidad narrativa de Loach, su infinita sensibilidad, el amor y compasión que siente por sus personajes que sentimos en carne propia el interminable calvario por el que atraviesa Daniel, al punto de que al corazón más frío, pétreo y distante se le escapa alguna lágrima tenazmente contenida a salvo de las miradas, camuflada entre la oscuridad que envuelve una afligida atmósfera en la que se respira el poso amargo de esa semilla que el maestro sabiamente ha diseminado por cada rincón de la sala. Chapeau, Ken, y larga vida.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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