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España España · sevilla
Voto de Jlamotta:
6
Thriller Simon (James McAvoy), un empleado de una casa de subastas, se asocia con una banda criminal para robar una valiosa obra de arte. Pero, tras recibir un golpe en la cabeza durante el atraco, descubre, al despertarse, que no recuerda dónde ha escondido el cuadro. Cuando ni las amenazas ni la tortura física logran arrancarle respuesta alguna, el líder de la banda (Vincent Cassel) contrata a una hipnoterapeuta (Rosario Dawson) para que le ayude a recordar. (FILMAFFINITY) [+]
13 de junio de 2013
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El británico Danny Boyle ha hecho del riesgo su forma de vida. Ha sido así desde sus inicios y ni siquiera ganar la asombrosa cifra de ocho Óscar por la pintoresca Slumdog Millionaire (2008) le ha calmado. Podría decirse que Boyle es un completo autor, un autor del Siglo XXI que disfruta con el más difícil todavía y no permitiendo que la industria cinematográfica lo etiquete en un género en concreto. Trainspotting (1996), The Beach (2000), Millions (2004), Sunshine (2008) o 127 Hours (2010) son una buena muestra de películas en las que, para bien o para mal, el británico ha dado rienda suelta a su muy desarrollada agudeza visual y musical para contarnos historias de un modo diferente y único, como prácticamente solo él sabe hacer en nuestros días (con la excepción del Fincher de The Social Network y alguno más). El cine de Boyle se sustenta a base de música electrizante, imágenes potentes, ritmo frenético y un montaje que altera las leyes del espacio y el tiempo. Si conectas con esta idea, si entras en su juego, la recompensa será excelsa y muy satisfactoria, ya que su cine provoca la exaltación de las emociones más primarias del espectador, su excitación gracias a un consumo constante de los sentidos,casi por acumulación de experiencias. Si por el contrario, no es así, sus embrollos argumentales te llevarán por la calle de la amargura y no serás capaz de experimentar apenas ninguna de estas sensaciones, debido a que te estarás preguntando una y otra vez por esas trampas en la trama y si eran realmente necesarios tantos enredos en ella. Lo que es evidente es que Boyle es un director profundamente visual, donde el uso de los colores adquiere una importancia capital para definir a sus personajes y expresar de manera directa y sencilla algunas ideas que los diálogos nos esconden. Otro tipo de lenguaje, tan estimulante como otro cualquiera si el resultado es positivo y bien ejecutado. En Trance vuelve a realizar un salto sin red, ya que se juega la valoración y aceptación de su película a una carta debido a las frágiles estructuras narrativas que soportan el peso de la trama. A medida que avanza el film, muchos podrán decir (yo lo pensé) que el argumento bordea lo ridículo y que pone a prueba en demasiadas ocasiones nuestra capacidad de aguante, incluso nuestra imaginación. Pero, un poco más allá de mitad de metraje, nos damos cuenta de que la trama es una excusa, una enorme excusa, para visualizar formas, colores, estados de ánimo, composiciones, encuadres imposibles. Por lo tanto, nos encontramos con una película muy consciente de ella y donde el fondo sirve a la forma, y no al revés como es habitual.

Desde el principio, el director de A Life Less Ordinary (1997), deja muy claro cuales van a ser sus recursos y elementos de narración, regalándonos un comienzo arrollador, en lo que podría ser un resumen perfecto de su trayectoria cinematográfica hasta la fecha. Las imágenes funcionan como coreografía visual al ritmo de una música ensamblada con maestría, sirviéndose tanto de los personajes como de los objetos inanimados para dar la sensación de estar contemplando una extraña danza, animada por una dirección y un montaje adecuados, en concordancia estilística con el espectáculo que nos muestra la pantalla. La evidencia de todo esto es la escena de la subasta y todo lo que en ella desemboca. De hecho, los encadenados musicales conforman las mejores partes de la película, pudiendo incluso verse como entes independientes entre si, a modo de videoclips (pudiendo ser completamente intencionado). De un tiempo a esta parte, Boyle ha ido puliendo su estilo en la grabación de spots para televisión y anuncios para diversas marcas comerciales pero, en este caso, no se puede elaborar una relación directa cine-televisión como si se podría hacer con los hermanos Ridley y Tony Scott, David Fincher o Michel Gondry, entre otros, cuyas carreras cinematográficas fueron posteriores a su trabajo en publicidad, por lo que la influencia de la televisión fue directa en el séptimo arte. En cambio, Boyle pertenece al grupo de los Sofia Coppola, Spike Lee, Baz Lurhmann, Michael Mann, Guy Ritchie o David Lynch, cineastas cuya particular gestión y tratamiento de la imagen trasciende lo puramente fílmico para llegar a convertirse, a veces, en simples obras de arte, sin importar el género al que pertenezcan. Es curioso constatar como esta proliferación estilística es tan o más aceptada hoy día que en sus orígenes, allá por los ochenta con el gran impulso que significó el nacimiento de la MTV. Se produce así una extraña retroalimentación que ha perdurado durante años, ya que los directores que en su día fueron inspirados por este movimiento estético, colaboran en él gracias a la exitosa mezcla de conocimientos y experiencias producidas en el cine. Todo queda en casa.

Sigo en spoiler sin ser spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jlamotta
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