Así que somos tan listos que hemos desarrollado una técnica (algo rudimentaria, eso sí) para, utilizando los sueños, introducir o extraer de cualquier mente la idea que nos dé la gana (o por la que nos paguen). L a víctima no podrá deshacerse de ella o recuperarla, según corresponda.

Pero como somos listísimos (que no inteligentes) y, además, nos queremos hacer los colegas gafapastosos y no tenemos ni repajolera idea de explicar esto medianamente bien, pues le largamos al sufrido espectador (que se ha arrastrado hasta el cine buscando algo de alivio contra el aburrimiento veraniego) un lío montado a base de niveles de sueño, proyecciones subconscientes y otros conceptos mentales que suenan muy bien a nivel intelectualoide para pardillos, de tal forma que, a mitad de de la peli ya no sabes por qué se disparan unos a otros en pasillos con gravedad cero o en estaciones de esquí. Y, lo que es peor, te importa un carajo.

Eso sí; casi quemamos el ordenador creando unos bonitos efectos digitales para despistar y evitar en lo posible el consecuente y lógico cabreo del personal al sentirse timado.

Menos mal que a Christopher Nolan se le olvidó adoptar el estilo de los planos ultracortos y de la imagen borrosa, por la que optan algunos directorzuchos últimamente, a falta de algo mejor que hacer. Habría sido el desmadre total.

En resumen: gastad la pasta en otra cosa.