Con un prometedor planteamiento (basado según se dice en hechos reales) y algunas ideas divertidas (las alusiones a Ingmar Bergman o al cine español de los 70), esta película no sería la misma sin lo que es su absoluta alma: Javier Cámara y Candela Peña, inmensos y rebosantes de naturalidad y credibilidad.

El conjunto es agradable, pero el problema es que a mitad de camino todo se dirige a lo intrascendente y demasiado previsible, los personajes secundarios no aportan apenas nada, no se rematan bien los gags y queda en parte sin explotar un argumento que en otras manos podía haber sido un filón. A lo mejor, como hace el personaje de Cámara viendo cine de Bergman para aprender el oficio, Pablo Berger debió también revisar más antes de su debut, por ejemplo a Billy Wilder.