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Estados Unidos Estados Unidos · 544 Camp Street. New Orleans
Voto de Jinete nocturno:
8
Terror. Thriller. Intriga Después de veintidós años encerrado en un psiquiátrico y, aparentemente curado, Norman Bates (Anthony Perkins) queda en libertad pese a las protestas de Lila, la hermana de Marion Crane (Vera Miles) y viuda de Sam Loomis, el antiguo novio de su hermana. Acompañado por su psiquiatra, el doctor Raymond, Norman regresa al motel Bates y se hace cargo de él. Tras hacer amistad con una joven, empiezan a ocurrir hechos extraños y crímenes inexplicables... (FILMAFFINITY) [+]
13 de abril de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debo reconocer que siempre, y hablo desde que la vi por primera vez, hará treinta años, he amado esta película: me trae recuerdos dulces y amargos a un tiempo: de noches tórridas de verano, ventanas abiertas y mi madre y yo, agazapados en el sofá, viendo lo que sucedía en pantalla con ojos como platos.

Vayamos a lo obvio, a lo evidente; acabemos ya con el lugar común del que algunos no consiguen despegarse: obviamente, la película no juega en la misma liga que el original de Hitchcock. Tampoco lo pretende, como deja claro con absoluta franqueza desde su inicio (al contrario que pretencioso e irrisorio remake de Gus Van Sant, por cierto). No voy a dedicar ni un solo minuto a explicar porque Psicosis es una obra maestra y esta secuela “solo” una magnífica película; sería insultar la inteligencia del lector. Mas todo eso es irrelevante, porque esta película debe (o debería) ser juzgada por sí misma.

Y como tal, y me alegra coincidir con la inmensa mayoría de críticas modernas que he leído esta tarde tras degustarla de nuevo, es una película absolutamente magnífica que los años (y quizás la nostalgia) se han encargado de revindicar.

En efecto, si a su estreno esta película fue ninguneada por la crítica y se la califico como mero producto explotativo que canibalizaba la obra cumbre del “Maestro”, o como secuela “innecesaria”, los años, los múltiples revisitados que muchos hemos tenido la oportunidad de darle, y la simple comparación con el desolador panorama de mediocridad y decadencia del cine actual, se han encargado de hacerla crecer, metiéndola (como poco) entre las grandes secuelas de la historia del cine.

Y es que, objetivamente, aquí todo funciona, todo está donde toca: una dirección solvente (pese a las terribles presiones del estudio que sufrió Franklin, que a la larga causaron un ambiente un tanto irrespirable de hostilidad en el rodaje, al punto de que Meg Tilly se negó a ver la película terminada hasta hace apenas un par de años), unas interpretaciones exquisitas y, sobre todo, un guion brillante por parte de Tom Holland (que más tarde dirigiría Noche de Miedo y El muñeco diabólico): una maravilla con al menos dos giros que dejaran boquiabierto a cualquier neófito y que debería estudiarse en cualquier escuela de cine que se precie: No en vano, hoy, casi cuarenta años después, el bueno de Tom promociona todavía en Twitter sin demasiada vergüenza copias del mismo a un módico precio. Maravilloso Anthony Perkins recuperando a su personaje 22 años después, dotándole de una pátina de patetismo e indefensión del que su primera versión carecía, y maravillosa la guapísima Meg Tilly, dando vida a un personaje profundamente humano que hubiera merecido mejor final, sí. Pero también un placer gozar de secundarios inolvidables de los ochenta como Vera Miles, Robert Loggia o Dennis Franz. Y un capitulo que no quiero pasar por alto: la sublime BSO del inconmensurable Jerry Goldsmith:

Goldsmith no lo tenía fácil. Competir con la alargadísima sombra de Bernard Herrmann parecía ser un objetivo condenado al fracaso, así que hace lo más inteligente: renuncia a ello y elige su propio camino. Si la música de Herrmann era tensa, crispante y destinada a crear suspense, Goldsmith prefiere obsequiarnos con un tono intimista dominado por un piano que juega a dibujar una suerte de canción de cuna distorsionada y profundamente –dolorosamente- melancólica, que nos traslada a la atormentada mente de Norman, a sus recuerdos: a un pasado de “olor a sándwich de mantequilla” en el que quizás fue feliz y todo pudo haber sido ser distinto. En efecto, el tema principal es una auténtica maravilla que, por sí solo, agiganta la película.

En definitiva, y como el lector habrá notado, una película que idolatro, que me traslada a la infancia y que no dudo en recomendar. Una joya oculta de los ochenta.
Jinete nocturno
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