Kevin Costner es una de mis debilidades interpretativas desde que le puse cara allá por 1991 con la película Bailando con lobos y ahí ya ganó un admirador leal para siempre. Y no me ha defraudado. Si le añades la unión de la siempre impresionante Diane Lane, ya tengo, al menos yo, los ingredientes suficientes para verla.

Uno de nosotros es una bella historia de amor, sí, no estoy loco, pero no ese amor de parejas, de enamorarse perdidamente de una persona. Voy más allá, el amor puro hacia tu sangre, a tu destino, a tu compromiso con los tuyos. Un suceso dramático, para mi gusto presentado muy rápidamente, llevará a los protagonistas de la historia a una situación bastante incómoda respecto a su único nieto. No sólo vive más alejado que antes, sino que lo ven con menos frecuencia de la que quisieran. Hasta llegar al punto de perderle la pista. Es ahí cuando arranca la verdadera historia, recuperar al hijo de su hijo.

Por una vez y espero que se repita más a menudo, los guionistas han encontrado a unos villanos de categoría, de esos que te ponen los pelos de punta cada vez que abren la boca o su presencia aparece en pantalla, lo digo muy en serio, chapeau por parte de ellos. El argumento no interrumpe en ningún momento el efecto sorpresa, ni baja la calidad, al contrario, la aparición de estos energúmenos es una pura maravilla en la historia.

Porque una cosa es da la sensación de peligro y otra lo de perro ladrador poco mordedor, en este caso, el perro muerde y devora. Lo comprobaréis.

La atmósfera de tensión es constante a partir de la aparición de esta gente y nos llevará unos extremos inimaginables en momentos anteriores. Esto sube su calidad enormemente.

A mi personalmente me ha convencido del todo.