Desde el primer momento que leí el título, me imaginé que la historia tendría como base el racismo, no hacía falta ser un genio para ello y así ha sido.

John Ford nos muestra una historia de justicia, de lealtad, de principios y valores entorno a un sargento negro que es acusado de asesinar a un hombre. Todo apunta a que será ejecutado en la horca salvo milagro de última hora. Sin embargo, otro militar de rango superior y abogado, se encargará de convencer al jurado de que las pruebas no son tan claras como el fiscal pretende hacer creer.

La magia y la intriga de la trama se desarrolla perfectamente a través de varios flash-backs donde los protagonistas principales en calidad de testigos, van contando como vieron los hechos en aquella parte que les corresponde. Ha sido un acierto como juegan con la iluminación, y se oscurece todo el jurado, dejando iluminado simplemente el estrado donde el testigo declara. Acapara toda la atención del espectador. El principal sospechoso se guarda información al respecto de su causa, pero nadie le puede tirar en cara que sea ni una mala persona, ni un pésimo militar, todo lo contrario. Soldado ejemplar lo apodaban.

Me ha sorprendido enormemente ver un juicio tan desarrollado en un western, jamás había visto nada parecido. Prácticamente la historia transcurre durante dicho juicio. Los personajes secundarios están muy correctos, tanto los soldados negros, como los testigos y miembros del jurado y especial atención a la esposa del juez en funciones. Aporta la parte cómica a un suceso tan dramático.

Se agradece la excelente fotografía y las localizaciones del rodaje, consiguiendo con esto ponernos en el pellejo de los personajes que narran los hechos. Y la acción que no le falte a la historia en forma de ataques por parte de los indios.

Un western diferente del gran John Ford.