Ove es un hombre a punto de cumplir los 60 años, siempre malhumorado y rutinario, ha perdido a su esposa a la que visita a diario en su tumba en el cementerio, y no encuentra ninguna motivación para seguir viviendo, por lo que le promete que pronto habrán de reunirse en el más allá.

Para ello, Ove intenta de manera torpe y con muy poca convicción quitarse la vida, sus diferentes intentos fallan, y su entorno, regularmente solo y callado, es trastocado con sus nuevos vecinos, un hombre sueco casado con una mujer iraní y dos pequeñas, más el resto de vecinos del vecindario, a los que Ove trata de regular y hacer que sigan las reglas, pero que sin que él se dé cuenta, los nuevos vecinos empezarán a influir en su vida.

La película dirigida por el sueco Hannes Holm, que fue nominada al Oscar a mejor película en lengua extrajera, es muy llamativa desde su estética, con una narrativa que inserta en cada intento fallido de suicidio de Ove, largos flashbacks que permiten conocerle desde su infancia, la relación con su padre, su enamoramiento con Sonja, la esposa, hasta llegar a convertirse en ese viejo arisco.

Esta estructura narrativa no funciona siempre, si bien es interesante conocer el pasado de Ove, el relato es dispar al tratar de empatar ese pasado con el presente, ya que algunos flashbacks se alargan demasiado y algunas cosas que ya se intuyen, son narradas a detalle rozando la obviedad.

La mayor riqueza de la película resulta de la relación que nace entre Ove y sus nuevos vecinos, en especial con la mujer iraní, la que se convierte en el principal factor de cambio en el viejo gruñón, pero que a cada recuerdo se debe quedar en suspenso.

Pero la película tiene un innegable encanto, más allá de cierto convencionalismo y algunos lugares comunes en el perfil del personaje de Ove, que consigue hacer pasar un rato amable a quien se acerque a verla.


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