Empezaré por lo obvio: el agua no tiene forma, quiero decir una forma específica que la delimite y la configure; pero por difícil o no que nos pueda parecer el agua existe y es una entidad propia fácilmente identificable tanto con la más pequeña gota de agua como el océano más inmenso. Así es el amor también, un ente que se configura y se autodefine constantemente.

No es único ni uniforme. Varia y se forma en función de las componentes que lo participan. En esta última película de Guillermo del Toro, estos son una chica muda de muy limitada social y una especie de criatura marítima con forma humana. ¿De dónde ha salido? ¿Cuál es su inteligencia? ¿Y el sentido de su existencia? No son preguntas a las que Del Toro le interese dar una respuesta. Existe y punto. O quizás existe para completar a otro ser, muy distinto, pero a la vez muy parecido a él.

Por una vez la chica de la limpieza, interpretada por una fantástica Sally Hawkings, es la protagonista de la película en un film ambientado a principios de los años sesenta con toda la paranoia de la amenaza soviética que eso supone y que no permite mostrar compasión por lo diferente. Lo diferente tiene la virtud de buscarse y encontrarse y eso es lo que hacen la chica y su extraño amado en una historia de amor, y de sexo también, hermosa, poética , fantástica e imposible, tan imposible como todos los cuentos fantásticos que tanto marcaron nuestra infancia, la de antes y la de ahora. Gracias, Guillermo, otra vez