Parece mentira que un hecho histórico de una gran importancia simbólica como es la defensa del último reducto del glorioso Imperio español por un destacamento en una isla filipina haya tenido tan poca transcendencia en el cine español. Todos sabemos que los americanos del Norte habrían hecho mucho más. Curiosamente, el productor de esta obra es Enrique Cerezo, del mismo apellido que el comandante-jefe de la defensa de la iglesia de Baler, cosa que tiene su importancia en un largometraje que tiene pinta de ser más obra de productor que de director. Este film, como todos las películas históricas, tiene tres puntos dignos de ser analizados, como mínimo: su autenticidad histórica, o al menos veracidad, el punto de vista formal y, por último, el aspecto de cómo el fondo ha sido tratado. A ello vamos.

Sobre la autenticidad histórica decir algo ya sabido; es muy difícil condensar en poco de más de dos horas un año casi de asedio y toda la historia que supone el trasfondo. Lógicamente, se ha reducido mucho algunas cuestiones; por ejemplo, las numerosas visitas de representantes españoles para hacerlos capitular se ha dejado en una; se han obviado algunos personajes; o se ha simplificado el momento de la decisión de rendir el bastión. También ha habido cierta libertad autoral para crear situaciones que se suponen que son fruto de la especulación creadora más que de fuentes primarias que solo fueron dos y seguramente sesgadas, pero en general, creo que se ha respetado el espíritu de la historia y que nos podemos hacer una idea fehaciente de lo que allí ocurrió.

Desde el punto de vista puramente formal, la realización y producción del film es notable. Para empezar, el elenco de actores es de empaque. Los actores que representan a los personajes que no son soldados están más que notables, empezando por Luis Tosar, y respecto a los soldados rasos, decir que están muy bien representados por la hornada de actores jóvenes televisivos, quizás, eso sí, demasiado jóvenes y en exceso "yogurines". No se ha escatimado en recursos técnicos, como numerosos planos aéreos, localizaciones exóticas, decorado, y escenas en exteriores, batallas incluidas. La fotografía también merece ser resaltada.

Sobre el fondo del argumento, un asedio puede y debe ser algo tedioso de filmar. En general, la acción está muchas veces estancada, no avanza y eso puede generar falta de interés en el espectador; por ello supone todo un reto para sus autores. Este film supera con creces ese reto; en ningún momento nos aburrimos. El film va intercalando acciones de suficiente envergadura como para aligerarlo y los personajes tienen un perfil lo suficientemente definido como para interesarnos por sus conversaciones y sus miradas. La historia que se nos cuenta no es una alabanza desmedida al espíritu patriótico como en la versión de 1945, pero tampoco se cae en una desmedida y feroz crítica pacifista o antiespañola; hay muchas zonas grises. Para calibrarlo mejor, deberíamos centrarnos en el personaje principal, el segundo teniente Cerezo. Fue un hombre de su tiempo y de su posición, ni mejor ni peor que otros muchos. Su papel de obtuso, inflexible pero al mismo tiempo justo defensor del sitio de Baler queda, eso sí, muy en entredicho por los soldados que tuvieron que soportarlo, pero seamos humanos, ¿quién de haberlo soportado tan prolongadamente no habría tenido momentos de debilidad?