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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
9
Western. Drama Un veterano de guerra civil llamado Josiah Grey (Joel McCrea) llega a una pequeña ciudad del sur de los Estados Unidos para ejercer su ministerio como pastor religioso. Grey tiene una familia y muchos amigos, pero pronto encuentra la fricción con algunos de sus feligreses. En seguida se crea una disputa entre su ministerio y el del joven doctor del lugar, que busca el tratamiento científico para curar a sus pacientes. La aparición del ... [+]
19 de diciembre de 2012
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuánto cuesta encontrar las palabras cuando a lo que se ha asistido, más que a la simple proyección de una película, es a una auténtica revelación. En ocasiones como ésta, de hecho, lo que sobran, precisamente, son las palabras: son tantas, y tan ricas, profundas y duraderas, las reverberaciones que deja en el espectador esta excepcional película, que el lenguaje, más que en una ayuda, se convierte en un estorbo innecesario.

En “Estrellas en mi corona” es el cine el que habla. El cine de un autor único e inclasificable, hasta tal punto enamorado de su trabajo que, tras leer su guión, se ofreció para dirigir esta película sin cobrar un solo dólar a cambio. Un cine sutil y delicado, que da la impresión de fluir libremente como un río, pero que oculta, bajo su aparente sencillez, la atenta y vigilante mirada de su creador. Un cine, por desgracia desaparecido, en el que podían plantearse con humor y sin solemnidades los más agudos dilemas morales, rehuyendo la ridícula tendencia al énfasis y al histrionismo del cine contemporáneo.

“Estrellas en mi corona” no es un western, ni un drama, ni puede despacharse sin más, como hacen algunos, bajo la estúpida etiqueta de cine religioso, porque desborda los límites de cualquier de esas categorías. Lo que Tourneur encara en esta desconocida obra maestra es un retrato, el del tejido humano que conforma toda comunidad, ejemplificada en el pequeño pueblo sureño de Walesburg, donde tienen lugar, como en todos los sitios en los que se representan diariamente la vida y la muerte, admirables episodios de nobleza y despreciables bajezas, que ilustran la tendencia humana al extravío moral y la necesidad de someter la vida en sociedad a unos criterios éticos rectos e insobornables. Es sobre ese lienzo donde Tourneur despliega lo mejor de su arte.

Hablar de sus evidentes ecos fordianos o de su no menos evidente influencia sobre “Matar a un ruiseñor” sería no hacerle justicia a una película que si por algo se distingue es por la elegancia con que Tourneur maneja recursos puramente cinematográficos para ilustrar la turbia naturaleza moral de Walesburg y los vaivenes de su fondo íntimo, dividido entre la fe en lo empírico y en lo sobrenatural y no exento de miserias, entre ellas el racismo, la envidia o la avaricia. La fe más poderosa de esta película es la de Tourneur por el cine.

Escenas imborrables y de una belleza sobrecogedora como la de la milagrosa sanación de la maestra moribunda o la de la lectura del testamento del viejo negro Famous ante un piquete del Ku-Klux-Klan son el culmen de una película rebosante de auténtico lirismo, cuyo hilo argumental surge de la memoria de quien fuera un día un niño y de su evocacion del edén en el que transcurrió su infancia, una ciudad tan dorada como la que espera en el más allá, un lugar donde un niño hecho dios sólo podría desear que siempre fuera verano. Y que cada día, añadiría yo, pudiera uno ver películas como ésta y buscar en vano palabras dignas de su grandeza.
Normelvis Bates
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