No está mal acabar el año con ganas de que llegue el siguiente y lleno de buenos propósitos, porque, digan lo que digan algunos cenizos, el hombre es un animal esencialmente optimista y somos más los que preferimos ver el lado positivo de la vida que los que se pasan el día fantaseando con puentes, vías de tren y frascos de barbitúricos. No todo en la vida es confetti y copas rebosantes de cava, claro que no, y el calor de besos y abrazos dura menos que el resacón del día siguiente, pero rodeado de amigos y risas las penas y preocupaciones parecen mucho menos importantes y no hay desazón ni mal trago que no puedan ser mitigados. Cruzar el umbral de un nuevo año, aunque solo sea por pura curiosidad y sin esperar mucho a cambio, vale siempre mucho la pena.

Poseído por tan nobles y edificantes pensamientos y con el corazón enternecido y anhelante de amor y carantoñas, le propuse ayer a mi costillita que viéramos una comedia romántica, cortesía dominical de un periódico catalán. Al ser un género que no frecuento, dejé que fuera su zalamera carátula la que me sedujera. Fue fácil. “Encantadora y moderna”, aseveraba embelesado el crítico de The New York Times. “La comedia italiana de más éxito desde ‘La vida es bella’, se desternillaban los espectadores. “12 nominaciones a los Premios David de Donatello”, corroboraban, solemnes, los académicos italianos. “Caramba”, me dije, “esto sí que pinta bien”. De modo que el señor y la señora Bates, entre cucamonas y arrumacos, se arrellanaron en el sofá dispuestos a darle la razón a la imperativa admonición del experto de Fotogramas: “No os la podéis perder”. A qué oscuros caminos no nos conducirá nuestro extraño amor al cine.

Debo decir, aunque mi nota pueda hacer creer lo contrario, que “Manuale d’amore”, una peli blandengue y no apta para diabéticos, cursi e inocua en su fondo y formalmente insustancial, no sólo no me arruinó la noche sino que me proporcionó el modo de añadir un nuevo propósito a mi lista para el año próximo. Si una película en la que apenas hay personaje femenino que se libre de ser idiota, neurótico, veleidoso o lúbrico, que empieza como una apología del moscón italiano montado en vespa (esa plaga) y acaba, tras mucha actuación de teatrillo de marionetas y entre chistes sobados, cachetes, cacas, cuernos y borracheras de tebeo, con un numerito de doctor y enfermera encamados y sorprendidos (nunca lo diríais) por la llegada del marido, si una peli así, me dije, triunfa y recoge premios, ¿qué no lograrían Ozores y Masó, Pajares, Esteso, Garisa y Martínez Soria, “Al salir de clase”, “Agítese antes de usarla”, “Escenas de matrimonio”, “Fuga de cerebros” y tantos y tantos productos de nuestra industria audiovisual? Orgullosos tendríamos que estar de lo que tenemos. A Dios pongo por testigo de que en 2011 me lo pensaré dos y más veces antes de poner a parir ninguna película española. Ya veis qué poco cuesta ser positivos.

¡Al loro! Que no estamos tan mal, hombre...