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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Drama. Romance En Inglaterra, a finales del siglo XIX, la humilde familia Durbeyfield descubre que en realidad desciende del ilustre clan de los d'Urberville. La hermosa y joven hija Durbeyfield, Tess, es enviada a la cercana mansión de los d'Urberville para retomar la relación con sus ricos parientes. Así comienza la entrada de la inocente Tess en un juego de ilusiones y seducciones en el que podría encontrar al amor de su vida. (FILMAFFINITY)
7 de febrero de 2010
24 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por incómodo que resulte hacerlo, admitámoslo: los mayores hijos de puta pueden ser también grandes artistas. Hay casos, de hecho, en los que ser un auténtico cabrón parece estar inseparablemente unido a la calidad y el sentido de las obras que se crean. Fijaos en Frank Sinatra, sin ir más lejos: cada vez que escucho su portentosa versión de “Moonriver” no puedo evitar pensar en Woody Allen volando hacia el río Hudson con las piernas rotas y las gafas de pasta metidas en el culo (menos mal, cosa rara, que Mia Farrow se negó).

Con esta película me pasa algo parecido: cuando, tras pincharse con las espinas de la rosa que acaba de regalarle, el malvado primito Alec le dice a la tierna Tess que “la belleza tiene su precio”, caigo en la cuenta de que el autor de este delicado y sensible drama de época acerca de la brutal pérdida de la inocencia de una pobre chica zarandeada por una sociedad clasista e hipócrita es el mismo malnacido que un par de años había emborrachado y drogado a una niña de trece años para sodomizarla en casa de Jack Nicholson. Como el hombre, además, tiene el detalle de dedicarle la peli a Sharon Tate, asesinada diez años antes por Charles Manson y su extraña familia y que, al parecer, fue quien le había dado la idea de adaptar la novela de Thomas Hardy al cine, uno, por mucho que el estómago le diga a gritos lo contrario, debe admitir que incluso el peor de los bastardos puede tener su corazoncito. Es más: del corazoncito de esos bastardos suelen emerger, maldita sea, auténticas obras maestras.

Lo cierto es que “Tess” es una película notable. Viene envuelta en una fotografía exquisita, claramente inspirada en la obra de pintores del XIX como Fiedrich y Turner y que intenta plasmar la identificación de la naturaleza con los estados de ánimo de la protagonista, transmitiendo con la misma intensidad lo cálido y lo desabrido, lo sórdido y lo hermoso. Está narrada con una parsimonia que desesperará a los impacientes y a quienes vean en Polanski un simple suministrador de emociones fuertes, pero que encaja como un guante en la historia que se cuenta, la lenta e interminable caída en los infiernos de una Nastassja Kinski (tal vez en su mejor interpretación) en el cenit de su belleza y su talento. Pese a haber sido rodada en la Bretaña francesa y no en Inglaterra (por motivos obvios: Polanski podría haber sido extraditado a Estados Unidos), la ambientación es impecable y los dos Oscars a los mejores vestuario y decorados se antojan inapelables.

Y sin embargo, no sé... Llamadme puritano, pero me cuesta sentir simpatía por esta película, por buena que sea. Reconozco sus méritos, pero siento que es fingida, que es falsa, que es impostada, que si de veras Polanski sintiera auténtica piedad por su protagonista, habría corrido a entregarse a la policía nada más acabar el rodaje en vez de pasar treinta largos años huyendo de sus responsabilidades, oculto en un lujoso chalet suizo tras el sedoso y postizo bigote de Alec d’Urberville.
Normelvis Bates
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