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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
6
Comedia. Romance. Fantástico Un escritor norteamericano algo bohemio (Owen Wilson) llega con su prometida Inez (Rachel McAdams) y los padres de ésta a París. Mientras vaga por las calles soñando con los felices años 20, cae bajo una especie de hechizo que hace que, a medianoche, en algún lugar del barrio Latino, se vea transportado a otro universo donde va a conocer a personajes que jamás imaginaría iba a conocer... (FILMAFFINITY)
10 de noviembre de 2011
18 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sé lo que me vais a decir: que me lo tengo merecido. Por panoli y por ingenuo. Por sentimental. Por poner el listón a la altura equivocada. Por confiar en que, por una vez, algún crítico habría consultado el diccionario antes de escribir cosas como “hilarante”, “genialidad” o –Dios mío- “gags candidatos instantáneos a la inmortalidad”. Por ignorar que toda película del director vivo al que más admiro y que más horas de placer me ha proporcionado durante las dos últimas décadas carga siempre, desde antes incluso del momento de su estreno, con una corte de insufribles y serviles lamedores de trasero dispuestos a jurar y perjurar que estamos ante la Gran Resurrección del Genio Neoyorkino (así le llaman siempre, así se reconocen entre ellos los más cursis).

Sí, la cosa empieza bien. Oh, la, la. Un bonito homenaje a Paris que viene a emular la entrada de “Manhattan” y que introduce el discurso de Allen (oh, sí, muy y muy irónico, lo he pillado) acerca de las peligrosas trampas de la falaz y confortable nostalgia. Estupenda la fotografía y preciosa la música. Punto. Se acabó. Lo que viene después, salvo alguna frase afortunada o algún que otro momento aislado, se lo podrían haber ahorrado casi todo. Un argumento errático y descosido. Personajes planos y diálogos insípidos y desdentados. Interpretaciones que se merecen un buen par de bofetadas. Chistes que apenas se dejan ver, cómodamente escondidos tras el Obelisco o en un confesionario del Sacré Coeur. Flaccidez. Futilidad. Aburrimiento.

Hay quien ha comparado esta peli con “La rosa púrpura de El Cairo”. No sé, tengo la sensación de que, de un tiempo a esta parte, en quien Allen se ha ido transformando es en el director cegato de “Un final made in Hollywood”, aquel cuya película rodada a oscuras se estrellaba en América mientras era aclamada en Europa. Sólo así soy capaz de explicarme que tome decisiones absurdas como la de no elegir para sus obras a actores y actrices, sino al primer Owen o la primera Carla que se cruzan en su camino (nombres como Rowlands, Alda, Landau, Waterston o Wiest me hacen llorar como un niño). Que tengamos que juzgarle con mayor indulgencia cada día. Que se jalee como sutil ironía lo que muy probablemente no sea sino autocomplaciente blandenguería.
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En fin, lo más posible es que tengáis razón, la culpa es mía y sólo mía, por vivir en el pasado, por haberme recluido en mi propia Edad de Oro, por esperar que Allen, a estas alturas, me dé lo que muy probablemente nunca volverá a darme, por seguir creyendo todavía que estoy citado a su inminente Resurrección (en Roma y –glubs- con Penélope Cruz). Mientras eso no ocurra, sentados a una mesa del Folies Bergère, Billy Wilder, Mitchell Leisen y yo esperaremos a que Woody regrese y se una de nuevo a la fiesta y, para matar la espera, acabaremos pidiendo a gritos otra botella de champagne y brindaremos a la salud de esos viejos tiempos que, borrachos y melancólicos, a todos los presentes nos ha dado por añorar.
Normelvis Bates
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